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Voto de davilochi:
9
6,6
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Drama
La atmósfera de un corredor entre el ayer y el mañana, donde muchas puertas se abren hacia lo desconocido... Una serie de caras, gestos e imágenes a la vez reales e imaginadas. Una mezcla de sonidos apagados y música distante, como el sonido de gente bailando. Y entonces, poco a poco, una comunidad se reconstruye y la danza resurge. (FILMAFFINITY)
25 de junio de 2011
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título resume a la perfección el momento en que se enmarca esta obra maestra del director lituano Sharunas Bartas, así como lo que éste pretende destacar. En este caso nos encontramos con un director que bebe directamente de la tradición del mejor cine soviético, siendo un deudor innegable de Tarkovski en ese equilibrio inigualable entre la contemplación visual y el sonido, ya sea musical o ambiental. Al fin y al cabo estudió en el Instituto Gerasimov de Cinematografía en Moscú, prestigiosa institución de la que salió el propio Tarkovski.
Bartas tiene la voluntad de introducirse en un momento crucial para la sociedad lituana: la consecución de su independencia respecto a la URSS. El film da comienzo con un plano aéreo de la capital del país, Vilna, con ese legado tan típicamente propio del comunismo: esas torres industriales situadas junto a los núcleos urbanos que escupen grandes cantidades de humo (me recuerda a uno de los planos finales de Stalker). Sin embargo el film no tarda en centrarse en ese largo pasillo (o corredor) donde se va a centrar la mayor parte de la película, un pasillo al que dan a parar las puertas de múltiples apartamentos habitados por distintas personas. Desde allí se puede contemplar la particular animación que hay en las calles a pesar de la adversa climatología, hay que pensar que probablemente la película se encuentre ambientada en el invierno del año 90, cuando la sociedad lituana estaba en plena efervescencia por los últimos acontecimientos: una gran multitud atraviesa un puente sobre el río Neris acompañada por banderas lituanas, todo ello tras cincuenta años de represión del sentimiento nacional.
Sin lugar a dudas Bartas pretende destacar la incertidumbre que acompaña a todo momento de cambio. La construcción de los personajes es fundamental en el cine del director lituano, ya que éste trata de penetrar en su psique a través de la imagen, reflejando las consecuencias devastadoras de la pérdida de la comunicación y la sensación de inutilidad debido a años de paternalismo estatal. Un elemento fundamental en el cine de Bartas parece encontrarse en el intento de los personajes por escapar del pasado, viéndose constantemente succionados por éste. Un buen ejemplo lo encontramos a lo largo de la película en ese tedio que parece consumir a los habitantes del pasillo, al menos a lo largo de la primera parte. Una escena particularmente significativa es aquella en la que un hombre maduro toca con profusión el rostro de un adolescente, como si quisiera desentrañar el secreto de su juventud. Este último sale corriendo del cuarto atravesando el pasillo a cámara lenta (como si quisiera huir de la muerte) ante la mirada del hombre maduro que sostiene su cara entre las manos con evidente nerviosismo, mientras, el primero abre una puerta al final que hace entrar una luz brillante, símbolo del paraíso perdido, de la anhelada juventud que se fue en aquellos cincuenta años de ocupación soviética y gris socialismo real.
Bartas tiene la voluntad de introducirse en un momento crucial para la sociedad lituana: la consecución de su independencia respecto a la URSS. El film da comienzo con un plano aéreo de la capital del país, Vilna, con ese legado tan típicamente propio del comunismo: esas torres industriales situadas junto a los núcleos urbanos que escupen grandes cantidades de humo (me recuerda a uno de los planos finales de Stalker). Sin embargo el film no tarda en centrarse en ese largo pasillo (o corredor) donde se va a centrar la mayor parte de la película, un pasillo al que dan a parar las puertas de múltiples apartamentos habitados por distintas personas. Desde allí se puede contemplar la particular animación que hay en las calles a pesar de la adversa climatología, hay que pensar que probablemente la película se encuentre ambientada en el invierno del año 90, cuando la sociedad lituana estaba en plena efervescencia por los últimos acontecimientos: una gran multitud atraviesa un puente sobre el río Neris acompañada por banderas lituanas, todo ello tras cincuenta años de represión del sentimiento nacional.
Sin lugar a dudas Bartas pretende destacar la incertidumbre que acompaña a todo momento de cambio. La construcción de los personajes es fundamental en el cine del director lituano, ya que éste trata de penetrar en su psique a través de la imagen, reflejando las consecuencias devastadoras de la pérdida de la comunicación y la sensación de inutilidad debido a años de paternalismo estatal. Un elemento fundamental en el cine de Bartas parece encontrarse en el intento de los personajes por escapar del pasado, viéndose constantemente succionados por éste. Un buen ejemplo lo encontramos a lo largo de la película en ese tedio que parece consumir a los habitantes del pasillo, al menos a lo largo de la primera parte. Una escena particularmente significativa es aquella en la que un hombre maduro toca con profusión el rostro de un adolescente, como si quisiera desentrañar el secreto de su juventud. Este último sale corriendo del cuarto atravesando el pasillo a cámara lenta (como si quisiera huir de la muerte) ante la mirada del hombre maduro que sostiene su cara entre las manos con evidente nerviosismo, mientras, el primero abre una puerta al final que hace entrar una luz brillante, símbolo del paraíso perdido, de la anhelada juventud que se fue en aquellos cincuenta años de ocupación soviética y gris socialismo real.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Ese mismo adolescente se convierte en un elemento fundamental de la película, al menos de la primera parte de ésta. Así lo vemos sacando un gran manojo de llaves que simbolizaría el enigma del futuro y, también, las múltiples oportunidades (puertas) brindadas por la juventud. No obstante éste parece asustarse ante la llegada de alguien y busca con ansiedad la llave correcta, de modo que, finalmente, descubrimos que su deseo es esconderse y esperar a que pase todo, zafarse de una realidad que no se desea o no se sabe cómo abordar. Dentro de ese cuarto el joven se dedica a beber el contenido de diversas botellas. Durante aquellos años de transición el alcoholismo se convirtió en un problema social de extrema gravedad en toda la antigua Unión Soviética, incluso entre los más jóvenes.
De algún modo el surrealismo de Bartas es hiperrealista, aunque parezca paradójico, porque lo que pretende es ahondar en el subconsciente de la sociedad lituana, en su imaginario colectivo y comprender las claves de la realidad en un momento tan concreto como éste. Que "Koridorius" sea muda es aún más significativo si cabe, porque las palabras apenas sirven para comprender o, al menos, reflejar la profundidad de un momento histórico cargado de dramatismo e importancia simbólica. De hecho, poco después veremos al adolescente retorciéndose, perdido en medio de la maleza. Podemos notar su inmenso dolor en las contracciones de su rostro: he ahí el reflejo de todas las contradicciones de la sociedad lituana que trata de abordar el futuro.
Hay muchos más contenidos simbólicos que giran en torno a las acciones del adolescente a lo largo de la película, como por ejemplo la quema de unas sábanas blancas, símbolo de la inocencia perdida; el disparo contra el muñeco de un pájaro, símbolo de la libertad que hace mucho tiempo que fue asesinada o que, quizás, nunca existió; la ingesta de una manzana como repetición del Pecado Original que condena al hombre al vagar constante por una tierra desolada. Algo que me parece importante destacar es el coqueteo del hombre maduro con el suicidio, idea en torno a la que frivoliza, ya que pasea su mano por el gatillo mientras con la otra sostiene el cañón y, al mismo tiempo, un cigarro que se consume lentamente. Mientras tanto sopla el cañón de la recortada.
En la calle se encienden hogueras para que la gente se caliente: el fuego purificador que caliente el presente tras haber estado tantos años deshabitado, mientras tanto oímos cánticos religiosos en latín, símbolo de la importancia de la Iglesia católica en la nueva Lituania tras años de proscripción. Hacia el final de la película el simbolismo parece más difícil de captar: un hombre aparece tumbado sobre una mesa redonda mientras la niebla entra por las ventanas inundando la estancia. He aquí una muestra del incierto presente y futuro que enfrentan los lituanos, tendidos sobre una mesa, como si esperaran a ser devorados por los dioses.
De algún modo el surrealismo de Bartas es hiperrealista, aunque parezca paradójico, porque lo que pretende es ahondar en el subconsciente de la sociedad lituana, en su imaginario colectivo y comprender las claves de la realidad en un momento tan concreto como éste. Que "Koridorius" sea muda es aún más significativo si cabe, porque las palabras apenas sirven para comprender o, al menos, reflejar la profundidad de un momento histórico cargado de dramatismo e importancia simbólica. De hecho, poco después veremos al adolescente retorciéndose, perdido en medio de la maleza. Podemos notar su inmenso dolor en las contracciones de su rostro: he ahí el reflejo de todas las contradicciones de la sociedad lituana que trata de abordar el futuro.
Hay muchos más contenidos simbólicos que giran en torno a las acciones del adolescente a lo largo de la película, como por ejemplo la quema de unas sábanas blancas, símbolo de la inocencia perdida; el disparo contra el muñeco de un pájaro, símbolo de la libertad que hace mucho tiempo que fue asesinada o que, quizás, nunca existió; la ingesta de una manzana como repetición del Pecado Original que condena al hombre al vagar constante por una tierra desolada. Algo que me parece importante destacar es el coqueteo del hombre maduro con el suicidio, idea en torno a la que frivoliza, ya que pasea su mano por el gatillo mientras con la otra sostiene el cañón y, al mismo tiempo, un cigarro que se consume lentamente. Mientras tanto sopla el cañón de la recortada.
En la calle se encienden hogueras para que la gente se caliente: el fuego purificador que caliente el presente tras haber estado tantos años deshabitado, mientras tanto oímos cánticos religiosos en latín, símbolo de la importancia de la Iglesia católica en la nueva Lituania tras años de proscripción. Hacia el final de la película el simbolismo parece más difícil de captar: un hombre aparece tumbado sobre una mesa redonda mientras la niebla entra por las ventanas inundando la estancia. He aquí una muestra del incierto presente y futuro que enfrentan los lituanos, tendidos sobre una mesa, como si esperaran a ser devorados por los dioses.