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Drama
Después de haber vivido varios años en Alemania, Alina se reúne con una amiga en un aislado convento ortodoxo rumano. Su amistad se remonta a la época en que, siendo niñas, se conocieron en un orfanato. Alina pretende que su amiga vuelva con ella a Alemania, pero ésta se niega porque no sólo ha encontrado refugio en la fe, sino que las monjas constituyen su familia. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2013
20 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Provenga de donde provenga, la humildad siempre debe preceder cualquier tipo de reflexión, una humildad propia del que es consciente de las evidentes limitaciones que se imponen al alcance de su conocimiento sobre la realidad por una mera cuestión de experiencia vital, las más de las veces. Sin embargo, tal necesidad no debe imponerse al individuo provocando una parálisis que le impida expresar su parecer, simplemente se trata de ajustar la perspectiva en base a un ejercicio de responsabilidad y respeto, para con uno mismo y para con los demás. En este sentido, el visionado de “Más allá de las colinas”, así como el seguimiento de la crítica han despertado en mí el deseo de compartir algunas impresiones y reflexiones con aquellos que pudieran y quisieran recalar en mis palabras.
Para empezar tengo la sensación de que algunas de las interpretaciones que Mungiu regaló a la prensa en torno a su propia obra o bien son mera carnaza para contentar a un público y una crítica muchas veces hipócrita que se escandaliza ante la miseria ajena y pasa de puntillas sobre la propia o bien han sido terriblemente malinterpretadas. Podría tratarse de ambas cosas, ninguna sería extraña. Lo que está claro es que el director rumano nos muestra una historia de víctimas –que no víctima, como muchos querrán ver en la película– en un país donde nada parece funcionar y en el cual, sorprendentemente, la vida sigue adelante. No se trata de recurrir a la mera falacia, pero es cierto que basta con acercarnos a nuestros amigos, vecinos y compañeros de trabajo rumanos para constatar que las cosas son así –aunque muchas veces nos neguemos a enriquecernos de su experiencia–. Desde mi punto de vista, en esta idea de que la vida sigue es donde se encuentra la clave para comprender la condición de este tipo de víctima, que no es precisamente la del sujeto pasivo, sino la de uno con un amplio margen de maniobra dentro de los acotados límites que le impone su situación. Efectivamente, Mungiu nos muestra una sociedad sin escapatoria, que elude su propia responsabilidad al tiempo que la asume, que trata de sobrevivir mirando hacia otro lado, que sólo aborda el problema en el momento que se encuentra de bruces con él, y así es como la vida sigue, con mucha más pena que gloria, por decirlo de algún modo. Pero, sobre todo, como digo, una obra con alcance universal donde unos de espaldas a otros, cruzando inevitablemente sus variopintos caminos en el discurrir de los días, de uno u otro modo pero siempre en el sentido más esencial, todos son víctimas.
La crítica es frívola en su trato a esta obra que no sólo da muestras de un profundo y admirable compromiso social e histórico, sino que pone de manifiesto su adscripción a una manera de hacer cine que en los últimos tiempos sólo se ha visto de una manera tan clara, definida y brillante en Rumanía. Es entonces cuando uno se pregunta qué se espera del cine desde determinados sectores supuestamente entendidos, máxime cuando tantos artistas han luchado por liberar de las tenazas del poder un instrumento de vital importancia en la configuración y reafirmación de las cosmovisiones y costumbres de las sociedades. Personalmente, yo me quito el sombrero ante una obra como ésta que asume en toda su crudeza la descarnada realidad de su momento histórico.
Para empezar tengo la sensación de que algunas de las interpretaciones que Mungiu regaló a la prensa en torno a su propia obra o bien son mera carnaza para contentar a un público y una crítica muchas veces hipócrita que se escandaliza ante la miseria ajena y pasa de puntillas sobre la propia o bien han sido terriblemente malinterpretadas. Podría tratarse de ambas cosas, ninguna sería extraña. Lo que está claro es que el director rumano nos muestra una historia de víctimas –que no víctima, como muchos querrán ver en la película– en un país donde nada parece funcionar y en el cual, sorprendentemente, la vida sigue adelante. No se trata de recurrir a la mera falacia, pero es cierto que basta con acercarnos a nuestros amigos, vecinos y compañeros de trabajo rumanos para constatar que las cosas son así –aunque muchas veces nos neguemos a enriquecernos de su experiencia–. Desde mi punto de vista, en esta idea de que la vida sigue es donde se encuentra la clave para comprender la condición de este tipo de víctima, que no es precisamente la del sujeto pasivo, sino la de uno con un amplio margen de maniobra dentro de los acotados límites que le impone su situación. Efectivamente, Mungiu nos muestra una sociedad sin escapatoria, que elude su propia responsabilidad al tiempo que la asume, que trata de sobrevivir mirando hacia otro lado, que sólo aborda el problema en el momento que se encuentra de bruces con él, y así es como la vida sigue, con mucha más pena que gloria, por decirlo de algún modo. Pero, sobre todo, como digo, una obra con alcance universal donde unos de espaldas a otros, cruzando inevitablemente sus variopintos caminos en el discurrir de los días, de uno u otro modo pero siempre en el sentido más esencial, todos son víctimas.
La crítica es frívola en su trato a esta obra que no sólo da muestras de un profundo y admirable compromiso social e histórico, sino que pone de manifiesto su adscripción a una manera de hacer cine que en los últimos tiempos sólo se ha visto de una manera tan clara, definida y brillante en Rumanía. Es entonces cuando uno se pregunta qué se espera del cine desde determinados sectores supuestamente entendidos, máxime cuando tantos artistas han luchado por liberar de las tenazas del poder un instrumento de vital importancia en la configuración y reafirmación de las cosmovisiones y costumbres de las sociedades. Personalmente, yo me quito el sombrero ante una obra como ésta que asume en toda su crudeza la descarnada realidad de su momento histórico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y desde mi punto de vista es una película donde no sobra nada, donde no hay nada repetitivo con respecto a las anteriores obras del rumano salvo las similitudes evidentes propias de la miseria y el sufrimiento del ser humano, que es muy parecido a pesar de que puedan variar las coordenadas espacio-temporales. Llegado el momento, al leer ciertas cosas, uno se pregunta si es que acaso el modo desgarrador en que Mungiu y sus colegas de profesión codifican una realidad palpable en el día a día de un país que vive en un permanente desmoronamiento hiere ciertas sensibilidades que, por otro lado, han sido cultivadas y protegidas lenta y laboriosamente dentro de hermosas burbujas. Y lo cierto es que me siento mal antes de hora por hablar de personas a las que no conozco, seguramente más duchas que yo en esto del cine.
En cualquier caso, en lo que evidentemente no se puede transigir es en las sensaciones que afloran en cada uno ante una obra cinematográfica. Lo que yo he visto es una obra muy compleja, muy meditada y trabajada, donde el espectador debe trabajar como parte activa del film, penetrando en los indicios que las extraordinarias interpretaciones –la cantera rumana es inagotable, en este sentido, y brindemos porque siga así–, las imágenes y el guión le ofrecen. Es el único consejo que se puede dar a alguien antes de acercarse a un trabajo así, sólo así se encuentra uno de golpe con toda la profundidad y riqueza de esta obra que, sin lugar a dudas, llega a resultar sobrecogedora, produciendo un desgarro en lo más íntimo del ser. Quizás, lo que sorprende al espectador español es chocar con un tipo de sensibilidad que no por fría es igual de vivida y porosa. Así pues, como digo, a lo largo del film discurren toda una serie de personajes a cual más interesante, ofreciéndonos pequeños trazos que permiten intuir todo el cúmulo de pasados diferentes que confluyen en ese presente traumático compartido. Cada uno de ellos se encuentra de frente a un mundo desconocido y ajeno, un mundo que es incapaz de comprender más allá de su propia circunstancia y educación, lo cual genera unas rigideces que hacen chirriar y crujir las costuras de la misma realidad.
En este sentido, el que trate de juzgar desde una base moral lo que acontece a lo largo del film podrá sentirse reconfortado y reafirmado en la seguridad que le pueda brindar su particular cosmovisión, donde lo visionado a menudo será observado como lo “otro” y sus sujetos sufrientes como los “otros”. Sin embargo, el verdadero reto pasa por introducirse en aquello que tiene lugar dentro de la pantalla, tratando de comprender las respuestas de cada uno de los personajes. Al fin y al cabo, el cine nos proporciona el privilegio de ser observadores omniscientes. Así pues, no veo autoindulgencia o complacencia en Mungiu, como algunos han querido ver, sino respeto hacia el público y su amor propio, al cual lanza un grito de socorro reclamando su atención; y también veo honor a la verdad, que vierte al cine con un estilo fino y elegante, ya sea en planos fijos o cámara en mano. Y es que estamos ante un verismo y naturalismo que para nada aparecen reñidos con el lirismo y el más desgarrador decadentismo, siempre dignos del mejor Gabrielle D’Annunzio, que parece el mismísimo inspirador.
Si alguna vez existió esa marca llamada cine europeo no hay duda de que tiene buenos motivos para sentirse orgullosa de lo que se viene haciendo en Rumanía de unos años a esta parte, país de invierno perpetuo donde una lluvia de mierda parece desatarse sin piedad sobre las personas de a pie, tal y como podemos ver en el plástico final de “Más allá de las colinas”.
En cualquier caso, en lo que evidentemente no se puede transigir es en las sensaciones que afloran en cada uno ante una obra cinematográfica. Lo que yo he visto es una obra muy compleja, muy meditada y trabajada, donde el espectador debe trabajar como parte activa del film, penetrando en los indicios que las extraordinarias interpretaciones –la cantera rumana es inagotable, en este sentido, y brindemos porque siga así–, las imágenes y el guión le ofrecen. Es el único consejo que se puede dar a alguien antes de acercarse a un trabajo así, sólo así se encuentra uno de golpe con toda la profundidad y riqueza de esta obra que, sin lugar a dudas, llega a resultar sobrecogedora, produciendo un desgarro en lo más íntimo del ser. Quizás, lo que sorprende al espectador español es chocar con un tipo de sensibilidad que no por fría es igual de vivida y porosa. Así pues, como digo, a lo largo del film discurren toda una serie de personajes a cual más interesante, ofreciéndonos pequeños trazos que permiten intuir todo el cúmulo de pasados diferentes que confluyen en ese presente traumático compartido. Cada uno de ellos se encuentra de frente a un mundo desconocido y ajeno, un mundo que es incapaz de comprender más allá de su propia circunstancia y educación, lo cual genera unas rigideces que hacen chirriar y crujir las costuras de la misma realidad.
En este sentido, el que trate de juzgar desde una base moral lo que acontece a lo largo del film podrá sentirse reconfortado y reafirmado en la seguridad que le pueda brindar su particular cosmovisión, donde lo visionado a menudo será observado como lo “otro” y sus sujetos sufrientes como los “otros”. Sin embargo, el verdadero reto pasa por introducirse en aquello que tiene lugar dentro de la pantalla, tratando de comprender las respuestas de cada uno de los personajes. Al fin y al cabo, el cine nos proporciona el privilegio de ser observadores omniscientes. Así pues, no veo autoindulgencia o complacencia en Mungiu, como algunos han querido ver, sino respeto hacia el público y su amor propio, al cual lanza un grito de socorro reclamando su atención; y también veo honor a la verdad, que vierte al cine con un estilo fino y elegante, ya sea en planos fijos o cámara en mano. Y es que estamos ante un verismo y naturalismo que para nada aparecen reñidos con el lirismo y el más desgarrador decadentismo, siempre dignos del mejor Gabrielle D’Annunzio, que parece el mismísimo inspirador.
Si alguna vez existió esa marca llamada cine europeo no hay duda de que tiene buenos motivos para sentirse orgullosa de lo que se viene haciendo en Rumanía de unos años a esta parte, país de invierno perpetuo donde una lluvia de mierda parece desatarse sin piedad sobre las personas de a pie, tal y como podemos ver en el plástico final de “Más allá de las colinas”.