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Voto de davilochi:
10
7,2
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Drama
1945, Checoslovaquia. Después de la II Guerra Mundial, se producen masivos movimientos migratorios que alteran el mapa étnico de Europa de forma irreversible. Viktor forma parte del grupo de checos a los que les han sido adjudicadas en los Sudetes tierras pertenecientes a alemanes que, antes de ser expulsados, se ven obligados a trabajar para los checos recién llegados. De este modo, Viktor conoce a Adelheid Heinemann, la hija del dueño ... [+]
19 de julio de 2011
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún horas después de haber tenido la oportunidad de degustar esta obra maestra de Frantisek Vlácil me encuentro sobrecogido por su imponente belleza. Desde la misma secuencia inicial uno se ve turbado por un tren que sale a toda velocidad de un túnel marchando imparable sobre sus rieles en medio de una luz cegadora. De pronto se produce la transición del blanco y negro al color mientras suena una pieza de música coral de J.S. Bach. Ese cambio simplemente nos trata de explicar que el blanco y negro sería demasiado benévolo para con el espectador al permitir a éste distanciarse de la acción, pero al darle color se pone a éste de frente con una realidad que verdaderamente tuvo lugar. Al mismo tiempo, ese tren no es más que el curso imparable de la historia, que no espera por nadie.
Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial, sin embargo millones de tragedias todavía están en ciernes. A lo largo de los países de Europa oriental millones de alemanes étnicos -al igual que ellos ocurre con millones de europeos de otras minorías- esperan en las comunidades donde habían vivido durante siglos su destino definitivo, tras un pasado reciente de, a menudo, colaboracionismo con las autoridades del III Reich. Sin embargo, derrotada Alemania estas minorías alemanas están completamente a merced de los nuevos estados-nación, que cuentan con el beneplácito de las grandes potencias para "reubicar" y, más tarde, expulsar a estas poblaciones. En este sentido el caso de Checoslovaquia es particular, dado que fue a causa de la minoría étnica alemana instalada en los Sudetes -región donde transcurre la película, concretamente al noroeste, en un pueblo fronterizo frente a la ciudad alemana de Chemnitz- la que forzó el desmembramiento y definitiva destrucción del país en septiembre de 1938 a raíz del Pacto de Munich. La traumatizada sociedad checa sentía una profunda necesidad de vengarse por todos los agravios sufridos, algo que vamos a poder ver perfectamente a lo largo de la película, especialmente en la figura del inspector Hejna. Para las autoridades checoslovacas la liberación se convierte en una enorme orgía de excesos y violencia donde poder dar rienda suelta a su sed de venganza, algo que tratan de justificar constantemente en las vejaciones sufridas en los años anteriores.
De este modo, casi dos millones de checos serán desplazados desde Bohemia y Moravia en un gigantesco ejercicio de ingeniería demográfica para tomar el control de los Sudetes. Ese tren que vemos al principio es un gigantesco convoy cargado con decenas de ellos, entre los cuales se encuentra Viktor, el protagonista, un joven oficial checo que, como muchos otros, abandonó el país para poder seguir combatiendo a los alemanes y acabó, definitivamente, encuadrado en la RAF, en suelo británico. Sin embargo, desde que el protagonista abandonara el país en 1938-39 las cosas han cambiado sobremanera, tanto que éste se encuentra con un mundo irreconocible para él.
Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial, sin embargo millones de tragedias todavía están en ciernes. A lo largo de los países de Europa oriental millones de alemanes étnicos -al igual que ellos ocurre con millones de europeos de otras minorías- esperan en las comunidades donde habían vivido durante siglos su destino definitivo, tras un pasado reciente de, a menudo, colaboracionismo con las autoridades del III Reich. Sin embargo, derrotada Alemania estas minorías alemanas están completamente a merced de los nuevos estados-nación, que cuentan con el beneplácito de las grandes potencias para "reubicar" y, más tarde, expulsar a estas poblaciones. En este sentido el caso de Checoslovaquia es particular, dado que fue a causa de la minoría étnica alemana instalada en los Sudetes -región donde transcurre la película, concretamente al noroeste, en un pueblo fronterizo frente a la ciudad alemana de Chemnitz- la que forzó el desmembramiento y definitiva destrucción del país en septiembre de 1938 a raíz del Pacto de Munich. La traumatizada sociedad checa sentía una profunda necesidad de vengarse por todos los agravios sufridos, algo que vamos a poder ver perfectamente a lo largo de la película, especialmente en la figura del inspector Hejna. Para las autoridades checoslovacas la liberación se convierte en una enorme orgía de excesos y violencia donde poder dar rienda suelta a su sed de venganza, algo que tratan de justificar constantemente en las vejaciones sufridas en los años anteriores.
De este modo, casi dos millones de checos serán desplazados desde Bohemia y Moravia en un gigantesco ejercicio de ingeniería demográfica para tomar el control de los Sudetes. Ese tren que vemos al principio es un gigantesco convoy cargado con decenas de ellos, entre los cuales se encuentra Viktor, el protagonista, un joven oficial checo que, como muchos otros, abandonó el país para poder seguir combatiendo a los alemanes y acabó, definitivamente, encuadrado en la RAF, en suelo británico. Sin embargo, desde que el protagonista abandonara el país en 1938-39 las cosas han cambiado sobremanera, tanto que éste se encuentra con un mundo irreconocible para él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En primer lugar no se puede decir que los nuevos habitantes de los Sudetes sean recibidos por un comité de bienvenida: el trato dispensado por parte de las autoridades checas a los recién llegados es vejatorio y caótico. Hejna, el inspector a cargo del orden en ese pequeño pueblo llamado Cerny Potok, se escusa afirmando que en los últimos tiempos le llega calaña de todo tipo y que las falsificaciones de documentos para la asignación de tierras y propiedades arrebatadas a los alemanes pululan por doquier. Y es que los problemas son múltiples: los alemanes, identificables por sus brazaletes blancos -con el objetivo de que la gente pudiera identificarlos, vejarlos y alejarse de ellos como de la peste, igual que ocurrió anteriormente con los judíos-, se niegan a entregar sus propiedades de forma pacífica, por lo cual las queman y, en ocasiones, se suman a bandas de pistoleros desesperados que tratan de presentar una inútil resistencia. No, el final de la guerra no significó nada para muchos millones de personas.
En su camino al palacete que le ha sido asignado Viktor descansa bajo una cruz bajo la cual hay una inscripción que dice "Este es el final del camino", y no le falta razón. El protagonista se sienta a descansar bajo ésta, pero ya no hay Dios al que acogerse, hace tiempo que éste abandonó aquellas tierras. Las descargas de fusil y ametralladora no dejan de sonar en ningún momento: fusilamientos y pequeñas escaramuzas están a la orden del día. Y mientras Viktor ordena los libros de su recién adquirida biblioteca suena de fondo un vals de Strauss que da cierta sensación de nostalgia y melancolía por un pasado que ya está muerto pero que se puede tocar con las manos, contemplar con la mirada: Adelheid es la pura representación de ese mundo que se ha roto en mil pedazos. Es hermoso el modo profundamente sutil y humano en que se produce el encuentro entre esta joven y fascinante alemana y Viktor, ambos sienten que han perdido su lugar en el mundo. El hastío existencial ante la debacle general que observa a su alrededor se ve acentuado y constantemente evocado por el dolor de esa úlcera sangrante que lo consume desde dentro y lo hace consciente de la miseria. Es el dolor de todo un continente en el estómago de un hombre. En ese mundo cruel y atroz las certezas se han acabado para siempre, ya no existen.
Y lo cierto es que al final se hace patente que Adelheid ya hace mucho tiempo que murió, que en realidad nunca estuvo en la cama de Viktor, su tiempo ya pasó, su mundo ya se derrumbó y ella quedó sepultada por las ruinas. Es difícil analizar un cine que penetra de un modo tan efectivo en la psicología humana y en las tinieblas de la intrahistoria: "Adelheid" hay que verla y, después, sentirla, sufrirla. No hay duda de que uno puede sentir en su interior la tragedia, el frío en el alma, el frío cruel que se apoderó del corazón de los hombres. Sin lugar a dudas una de las películas más hermosas que he visto en mi vida.
En su camino al palacete que le ha sido asignado Viktor descansa bajo una cruz bajo la cual hay una inscripción que dice "Este es el final del camino", y no le falta razón. El protagonista se sienta a descansar bajo ésta, pero ya no hay Dios al que acogerse, hace tiempo que éste abandonó aquellas tierras. Las descargas de fusil y ametralladora no dejan de sonar en ningún momento: fusilamientos y pequeñas escaramuzas están a la orden del día. Y mientras Viktor ordena los libros de su recién adquirida biblioteca suena de fondo un vals de Strauss que da cierta sensación de nostalgia y melancolía por un pasado que ya está muerto pero que se puede tocar con las manos, contemplar con la mirada: Adelheid es la pura representación de ese mundo que se ha roto en mil pedazos. Es hermoso el modo profundamente sutil y humano en que se produce el encuentro entre esta joven y fascinante alemana y Viktor, ambos sienten que han perdido su lugar en el mundo. El hastío existencial ante la debacle general que observa a su alrededor se ve acentuado y constantemente evocado por el dolor de esa úlcera sangrante que lo consume desde dentro y lo hace consciente de la miseria. Es el dolor de todo un continente en el estómago de un hombre. En ese mundo cruel y atroz las certezas se han acabado para siempre, ya no existen.
Y lo cierto es que al final se hace patente que Adelheid ya hace mucho tiempo que murió, que en realidad nunca estuvo en la cama de Viktor, su tiempo ya pasó, su mundo ya se derrumbó y ella quedó sepultada por las ruinas. Es difícil analizar un cine que penetra de un modo tan efectivo en la psicología humana y en las tinieblas de la intrahistoria: "Adelheid" hay que verla y, después, sentirla, sufrirla. No hay duda de que uno puede sentir en su interior la tragedia, el frío en el alma, el frío cruel que se apoderó del corazón de los hombres. Sin lugar a dudas una de las películas más hermosas que he visto en mi vida.