Habiendo dado ya de sí todo lo que podía esta saga, Andrew Stevens perpetró una entrega más volviendo a reclutar al director de la segunda de ellas y a una tal Paula Barbieri, exchica playboy que hoy es más conocida por haber sido novieta de O.J. Simpson que por el puñado de 'cutremovies' en que participó.

Aunque la llamada Paula no lo hace del todo mal y es grato verla, a Stevens no se le ocurrió nada mejor que dejar de tener un papel protagónico, ahora que ya nos habíamos acostumbrado a él, y ser sustituido en la trama, que vuelve a ser la de siempre, por un empleado suyo. Con lo que, por condescendiente y friki que uno sea, la peli se hace bastante infumable.

Todo vuelve a ser básicamente igual, ya digo, y lo peor es que ni siquiera esos pequeños detalles rescatables, como los que sí existen en anteriores episodios, tienen aquí cabida, como la deriva latinoamericana del segundo o la incursión un tanto autoparódica en el mundo de los telefilmes de medio pelo del tercero(véanse mis críticas). Y es que, por no haber, ni siquiera hay escenas de acción que saquen un poco a la cinta del tedio.

Y la intriga, en la que en ese caso la chica a proteger y con la que enrrollarse es una psicóloga con más conchas que un galápago, devuelve en cierto modo la saga a sus orígenes. Pero con mucha menos gracia que en aquella entrega inicial con Tanya Roberts.