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Voto de Echanove:
8
Serie de TV. Drama
Serie de TV (6 episodios). Cuenta la historia de un antiguo combatiente de la guerra civil española. La acción se desarrolla en la Barcelona de 1959, cuando Jan Julivert Mon, viejo militante de la guerrilla urbana en la posguerra, regresa a casa tras cumplir una larga condena en las cárceles franquistas. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta producción de los años 90 parece tan olvidada y debió de verse tan poco que ni siquiera Filmaffinity reseña que está al alcance de cualquiera en el portal de RTVE, ni dispone en el momento en que escribo estas líneas aún con crítica alguna. Y no merece en absoluto ese vacío.
Dirigida con eficacia por el también para mí injustamente olvidado Francesc Betriu, adapta la novela homónima de Juan Marsé, sobre la vuelta a casa en 1959, tras pasar diez años en la cárcel, del exboxeador y guerrillero anarquista Jan (Nacho Martínez), que habría terminado mutando en atracador de bancos en la Barcelona de los primeros años de la posguerra.
Durante la ausencia de Jan, la viuda de su hermano (Charo López) ha devenido en prostituta para ganarse la vida, mientras su sobrino e (Achero Mañas) ha crecido anhelando su vuelta. Sus antiguos compañeros anarquistas han tomado distintos caminos, unos persistiendo en sus ideas y otros arrimándose al régimen para chupar del bote, mientras en los barrios de Gracia y el Guinardó en que pasó su juventud han cambiado muchas cosas, aunque todo siga igual. Y aunque para el vecindario sea un mito. él solo quiere que lo dejen en paz y comienza a trabajar como guardaespaldas de un oscuro y acaudalado juez militar (Eusebio Poncela) que se distinguió por su ferocidad en los años de la represión pero que, tras sufrir un accidente automovilístico, tiene serios problemas de amnesia y salud mental.
Un argumento y ambientación muy de Marsé, ya presente en otras novelas suyas llevadas al cine como "Si te dicen que caí" (Vicente Aranda, 1989) o "El Embrujo de Shanghai" (Fernando Trueba, 2002) pero que aquí se desplaza en el tiempo al umbral de los años 60 y que cuenta con más posibilidades gracias al mayor metraje y extensión de los seis capítulos de una miniserie. Y el resultado es muy bueno gracias a la dirección artística de Gil Parrondo, el gran hacer de Betriu reflejando el mundo del escritor, y un elenco en que todos están a gran altura.
También, como en las dos anteriores novelas (con su peli) que he mentado, y que son muy autobiográficas, hay una subtrama -en aquellas infantil, en este caso juvenil-, de quien lleva a cabo la narración. Es el mundo de Achero Mañas (aquí aún muy joven) y sus amiguetes, que se mean en el yugo y las flechas y la efigie de Franco y no saben qué hacer con su vida. Y en el que a través del personaje del cartelista de cine (Ulises Dumont), y del recuerdo colectivo del guerrillero que fue el protagonista, hay un homenaje explícito a Alan Ladd y a "Raices Profundas" ("Shane", George Stevens, 1953) y, por extensión, al mundo del western americano, presente también en la banda sonora.
Una banda sonora, en la que más que la copla, tan de los 40 y primeros 50, también entran ya de lleno, entre otros, temas de Nat King Cole o Paul Anka, "Ansiedad", "Perfidia" y "Diana", el sonido que desde la relativa apertura del país al exterior y la instalación de las bases norteamericanas, comenzaba a llegar desde el otro lado del Atlántico.
La recreación de ambientes a cargo de Gil Parrondo -sórdidos, opulentos, más cutrecillos- es prodigiosa y lo cierto es que la serie se ve sin parar, un capítulo detrás de otro, con una Charo López inmensa, un Nacho Martínez cuya aparente inexpresividad le va como anillo al dedo al enigma de su personaje y un Eusebio Poncela que siempre cumple con creces cuando se trata de sacar adelante a tipos torturados y algo degenerados, tan ebrios y de vuelta de todo como prisioneros de las mayores angustias del alma.
Además están también por ahí Assumpta Serna (mejor que en muchas otras pelis suyas), el gran Carlos Lucena, o Juanjo Puigcorbé (qué bien hace siempre este hombre de caradura y de cínico!!) junto a otros que para mí no son tan conocidos o tan santos de mi devoción como Lluis Homar, Ramón Madaula, Ulises Dumont, Martxelo Rubio..., pero, insisto, todos magníficos. Lo que seguramente también se debe al estupendo hacer de Betriu en la dirección de actores y a lo cuidada que debió estar toda la serie desde la fase de preproducción, tal como sucedía en TVE en la época.
O sea que si a alguien le gustan los dramas españoles de posguerra y cierta reconstrucción histórica no sé a que espera para ver esta serie, accesible a golpe de un clic.
(Sigo en Zona spolier, aunque advierto que para comprender mejor todo lo que comento ahí, hay que ver la serie entera)
Dirigida con eficacia por el también para mí injustamente olvidado Francesc Betriu, adapta la novela homónima de Juan Marsé, sobre la vuelta a casa en 1959, tras pasar diez años en la cárcel, del exboxeador y guerrillero anarquista Jan (Nacho Martínez), que habría terminado mutando en atracador de bancos en la Barcelona de los primeros años de la posguerra.
Durante la ausencia de Jan, la viuda de su hermano (Charo López) ha devenido en prostituta para ganarse la vida, mientras su sobrino e (Achero Mañas) ha crecido anhelando su vuelta. Sus antiguos compañeros anarquistas han tomado distintos caminos, unos persistiendo en sus ideas y otros arrimándose al régimen para chupar del bote, mientras en los barrios de Gracia y el Guinardó en que pasó su juventud han cambiado muchas cosas, aunque todo siga igual. Y aunque para el vecindario sea un mito. él solo quiere que lo dejen en paz y comienza a trabajar como guardaespaldas de un oscuro y acaudalado juez militar (Eusebio Poncela) que se distinguió por su ferocidad en los años de la represión pero que, tras sufrir un accidente automovilístico, tiene serios problemas de amnesia y salud mental.
Un argumento y ambientación muy de Marsé, ya presente en otras novelas suyas llevadas al cine como "Si te dicen que caí" (Vicente Aranda, 1989) o "El Embrujo de Shanghai" (Fernando Trueba, 2002) pero que aquí se desplaza en el tiempo al umbral de los años 60 y que cuenta con más posibilidades gracias al mayor metraje y extensión de los seis capítulos de una miniserie. Y el resultado es muy bueno gracias a la dirección artística de Gil Parrondo, el gran hacer de Betriu reflejando el mundo del escritor, y un elenco en que todos están a gran altura.
También, como en las dos anteriores novelas (con su peli) que he mentado, y que son muy autobiográficas, hay una subtrama -en aquellas infantil, en este caso juvenil-, de quien lleva a cabo la narración. Es el mundo de Achero Mañas (aquí aún muy joven) y sus amiguetes, que se mean en el yugo y las flechas y la efigie de Franco y no saben qué hacer con su vida. Y en el que a través del personaje del cartelista de cine (Ulises Dumont), y del recuerdo colectivo del guerrillero que fue el protagonista, hay un homenaje explícito a Alan Ladd y a "Raices Profundas" ("Shane", George Stevens, 1953) y, por extensión, al mundo del western americano, presente también en la banda sonora.
Una banda sonora, en la que más que la copla, tan de los 40 y primeros 50, también entran ya de lleno, entre otros, temas de Nat King Cole o Paul Anka, "Ansiedad", "Perfidia" y "Diana", el sonido que desde la relativa apertura del país al exterior y la instalación de las bases norteamericanas, comenzaba a llegar desde el otro lado del Atlántico.
La recreación de ambientes a cargo de Gil Parrondo -sórdidos, opulentos, más cutrecillos- es prodigiosa y lo cierto es que la serie se ve sin parar, un capítulo detrás de otro, con una Charo López inmensa, un Nacho Martínez cuya aparente inexpresividad le va como anillo al dedo al enigma de su personaje y un Eusebio Poncela que siempre cumple con creces cuando se trata de sacar adelante a tipos torturados y algo degenerados, tan ebrios y de vuelta de todo como prisioneros de las mayores angustias del alma.
Además están también por ahí Assumpta Serna (mejor que en muchas otras pelis suyas), el gran Carlos Lucena, o Juanjo Puigcorbé (qué bien hace siempre este hombre de caradura y de cínico!!) junto a otros que para mí no son tan conocidos o tan santos de mi devoción como Lluis Homar, Ramón Madaula, Ulises Dumont, Martxelo Rubio..., pero, insisto, todos magníficos. Lo que seguramente también se debe al estupendo hacer de Betriu en la dirección de actores y a lo cuidada que debió estar toda la serie desde la fase de preproducción, tal como sucedía en TVE en la época.
O sea que si a alguien le gustan los dramas españoles de posguerra y cierta reconstrucción histórica no sé a que espera para ver esta serie, accesible a golpe de un clic.
(Sigo en Zona spolier, aunque advierto que para comprender mejor todo lo que comento ahí, hay que ver la serie entera)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Tal vez alguien podría decir que la serie no es del todo redonda porque su resolución final y toda la trama en sí son algo rocambolescas, y que nada es muy verosímil. Aunque supongo, si bien no la he leído, que eso ya estaba en la novela de Marsé (y agradecería a quien leyera a estas líneas, si lo conoce, que me lo contara).
En descargo de esa argumentación, hay que decir que la propia serie ya nos va dando de modo muy sutil algunas pistas de lo que une a los personajes del atracador y el juez, antes de que el cartelista interpretado por Dumont le cuente a Charo López lo que sabe: cada vez que a Nacho Martínez le brillan los ojos al borde del llanto al mirar el gran retrato del juez de cuerpo entero que hay en su mansión o al escuchar o contemplar algo relacionado con su vida más íntima y alejada de la política. O cuando el atribulado juez le confiesa a su guardaespaldas que percibe en él algo que le es familiar.
Y es que, joder, la serie es además es elegante. Y lo que en una peli de Eloy De Laiglesia o de Vicente Aranda -o cualquiera de hoy en día, pero de modo mucho más rutinario que en las de Eloy o de Aranda- hubiese sido en el último capítulo exhibición de la relación homosexual entre el juez y el guerrillero, aquí es algo que en el 'flashback' de recuerdos del cartelista deducimos guiados por él ("que entre ellos hubo algo más que una amistad entre dos hombres,") al descubrir a ambos desnudos -y dormidos- en la penumbra.
Porque en la penumbra, y en cierto modo en el misterio, permanecerá el cómo, él cuándo y por qué de su relación, más allá de la escena algo bobalicona (bobalicón es el amor) del encuentro de la cancha de tenis, en aquel tiempo de preguerra en que los odios y miedos aún no habían estallado, los monstruos aún no habían despertado y la fraternidad social aún era posible.
¿Unió a Jan y al juez Luis Klein en los años de la guerra algo más que el erotismo?
¿Cómo pasó Luis Klein los años de la guerra en Barcelona?
¿Qué llevó luego al juez a ser un feroz represor?
¿Le echa una mano el juez a Jan la noche del atraco y del accidente por corresponder a la ayuda que antes le dio o siguieron relacionándose en la posguerra y el juez llevaba una doble vida?
A nada de esto se da respuesta clara. Y ese es quizá el principal motivo, entre otros muchos, por el que que esta miniserie me parece grande. O, si alguien lo prefiere así, una pequeña y desconocida obra de arte.
Eso sí. tenemos constancia del amor que Jan sigue sintiendo por Luis Klein cuando tiene lugar el tiroteo en que mueren ambos. Y de que seguramente se ha incrementado al verlo convertido en una piltrafa como consecuencia de haberlo ayudado diez años antes. Un amor que le lleva a morir con él. y a no evitar la balasera, porque cree que con el nuevo internamiento en Suiza, a Luis ya no le va a valer la pena seguir vivo.
Ahora bien, nunca sabremos del todo si Luis ha llegado a recordar del todo quién es Jan. Aunque le recuerde que jugó alguna vez al tenis. O le hable justo al final por su nombre en catalán. Y, sobre todo, nunca sabremos si aún le amaba.
En descargo de esa argumentación, hay que decir que la propia serie ya nos va dando de modo muy sutil algunas pistas de lo que une a los personajes del atracador y el juez, antes de que el cartelista interpretado por Dumont le cuente a Charo López lo que sabe: cada vez que a Nacho Martínez le brillan los ojos al borde del llanto al mirar el gran retrato del juez de cuerpo entero que hay en su mansión o al escuchar o contemplar algo relacionado con su vida más íntima y alejada de la política. O cuando el atribulado juez le confiesa a su guardaespaldas que percibe en él algo que le es familiar.
Y es que, joder, la serie es además es elegante. Y lo que en una peli de Eloy De Laiglesia o de Vicente Aranda -o cualquiera de hoy en día, pero de modo mucho más rutinario que en las de Eloy o de Aranda- hubiese sido en el último capítulo exhibición de la relación homosexual entre el juez y el guerrillero, aquí es algo que en el 'flashback' de recuerdos del cartelista deducimos guiados por él ("que entre ellos hubo algo más que una amistad entre dos hombres,") al descubrir a ambos desnudos -y dormidos- en la penumbra.
Porque en la penumbra, y en cierto modo en el misterio, permanecerá el cómo, él cuándo y por qué de su relación, más allá de la escena algo bobalicona (bobalicón es el amor) del encuentro de la cancha de tenis, en aquel tiempo de preguerra en que los odios y miedos aún no habían estallado, los monstruos aún no habían despertado y la fraternidad social aún era posible.
¿Unió a Jan y al juez Luis Klein en los años de la guerra algo más que el erotismo?
¿Cómo pasó Luis Klein los años de la guerra en Barcelona?
¿Qué llevó luego al juez a ser un feroz represor?
¿Le echa una mano el juez a Jan la noche del atraco y del accidente por corresponder a la ayuda que antes le dio o siguieron relacionándose en la posguerra y el juez llevaba una doble vida?
A nada de esto se da respuesta clara. Y ese es quizá el principal motivo, entre otros muchos, por el que que esta miniserie me parece grande. O, si alguien lo prefiere así, una pequeña y desconocida obra de arte.
Eso sí. tenemos constancia del amor que Jan sigue sintiendo por Luis Klein cuando tiene lugar el tiroteo en que mueren ambos. Y de que seguramente se ha incrementado al verlo convertido en una piltrafa como consecuencia de haberlo ayudado diez años antes. Un amor que le lleva a morir con él. y a no evitar la balasera, porque cree que con el nuevo internamiento en Suiza, a Luis ya no le va a valer la pena seguir vivo.
Ahora bien, nunca sabremos del todo si Luis ha llegado a recordar del todo quién es Jan. Aunque le recuerde que jugó alguna vez al tenis. O le hable justo al final por su nombre en catalán. Y, sobre todo, nunca sabremos si aún le amaba.