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Voto de Echanove:
6
Intriga
El cuerpo destrozado y sin vida de una joven es descubierto en un bosque, a poca distancia de una ciudad de provincias. Todos los indicios apuntan a la identificación del autor del crimen: un joven que será defendido por un excelente abogado. Pero la defensa es demolida por un testigo imprevisto, ante lo cual el abogado se retira, y nombran a otro defensor, anciano y borracho. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda película es hija de su tiempo y este 'sexygiallo' algo vulgarón y bastante morbosete (el género en el que debiera inscribirse, aunque no se diga en la ficha de FA, además de la intriga o el thriller es el erótico), pero con unas ínfulas de "filme de tesis" y de denuncia social, muy de la época, que lo hacen más que interesante, es buen ejemplo de ello. Marcuse, Freud y el psicoanálisis irrrumpen como citas en él ya desde el frontispicio precréditos y no es casual que un año antes de su estreno hubiese tenido lugar en París la revuelta estudiantil de mayo del 68.
Pero la cinta es asimismo comercial de principio a fin. Y participa de ese erotismo a la italiana nada naturalista que siempre es un punto chabacano y chufletero, opulento y verbenero, grotesco y como de caseta de feria, se exprese magistralmente, como en tantas películas de Fellini, o del modo más burdo, ramplón y alicorto, como en las comedias sexys de Gloria Guida. Aunque, por qué no, en estas también pueda ser divertido.
No en vano las tres últimas películas del director del artefacto que nos ocupa, Marino Girolami, esforzado estajanovista de todo tipo de géneros, aunque lo que más hiciese fuese comedia y 'spagueti' (y padre biológico del también todoterreno Enzo G. Castellari) fueron "Jaimito contra todos" (1981), "Jaimito no perdona" (1981) y "Jaimito el Chulo" (1981), al servicio de la discutible comicidad de Alvaro Vitali. Las dos inmediatamente anteriores fueron "Holocausto zombi" (1980) y "La nena cañón y don Máximo el ligón" (1980), que no me negarán que por sus respectivos títulos tampoco parecen mancas.
Pero anteriormente también haría policiales de ciertas pretensiones, pese a su comercialidad para todos los públicos, un poco en la línea de lo que luego haría en España Roberto Bodegas, o se intentara con el cine quinqui, en pelis como "Roma violenta" (1975) e "Italia a mano armada" (1976). Y es en esa veta a caballo entre la comercialidad del cine de explotación (aquí con ribetes claramente 'sexplotation') y la denuncia social en donde hay que incluir este filme algo anterior. Aunque, eso sí, a diferencia de aquellos, y es algo que pudo lastrar la peli, el guión es aquí del propio Girolami, sin intervención externa. Seguramente porque no había presupuesto para más, y no hay más que fijarse un poco para darse cuenta de que no abundaba la pasta. Aparte de que seguramente, y aunque me repita, insistiré en que no hay más que ver la peli para comprobarlo, tampoco se pretendió nunca al rodarla un resultado como el de "Matar a un ruiseñor" (Robert Mulligan, 1962). Sino tomar el dinero y correr.
Lo que pasa es que pese a sus limitaciones (y pese a sus pretensiones, reales o fingidas), y tal vez también a causa de ellas, la cinta entretiene y divierte. Y hasta en algún momento emociona, como después explicaré.
Y voy al lío: una joven prostituta aparece asesinada en una alejada cabaña en el bosque y aunque su abogado trata de montar una cruzada en los tribunales contra el sistema, por haber arrancado al joven que parece el principal sospechoso (Umberto Liberati) con malas artes una primera confesión que luego rectificó, el testimonio clave de un mirón deja claro que es el culpable. Un nuevo abogado izquierdoso y borrachín (el orondo Folco Lulli) que no se ocupa más que de casos de poca monta y está casi fuera de la profesión, tratará de demostrar que el chico es un pobre enfermo mental y que sus actos son producto de traumas infantiles. Para apoyar su teoría recurrirá a la prensa e invitará al director del principal periódico de la ciudad (Pierre Cressoy), un conservador que lo ha atacado basándose en su amor por el bebercio, exponiéndole sus puntos de vista sobre los males de la sociedad e invitándole a visitar un psiquiátrico penitenciario para que vea lo que ahí se cuece y que la realidad del crimen es mucho más compleja de lo que cree.
(Sigo en zona spoiler, por si acaso, aunque hablaré de muchas otras cosas, porque quisiera que vean la peli, vale la pena; y en todo caso procuraré no desvelar del todo el final)
Pero la cinta es asimismo comercial de principio a fin. Y participa de ese erotismo a la italiana nada naturalista que siempre es un punto chabacano y chufletero, opulento y verbenero, grotesco y como de caseta de feria, se exprese magistralmente, como en tantas películas de Fellini, o del modo más burdo, ramplón y alicorto, como en las comedias sexys de Gloria Guida. Aunque, por qué no, en estas también pueda ser divertido.
No en vano las tres últimas películas del director del artefacto que nos ocupa, Marino Girolami, esforzado estajanovista de todo tipo de géneros, aunque lo que más hiciese fuese comedia y 'spagueti' (y padre biológico del también todoterreno Enzo G. Castellari) fueron "Jaimito contra todos" (1981), "Jaimito no perdona" (1981) y "Jaimito el Chulo" (1981), al servicio de la discutible comicidad de Alvaro Vitali. Las dos inmediatamente anteriores fueron "Holocausto zombi" (1980) y "La nena cañón y don Máximo el ligón" (1980), que no me negarán que por sus respectivos títulos tampoco parecen mancas.
Pero anteriormente también haría policiales de ciertas pretensiones, pese a su comercialidad para todos los públicos, un poco en la línea de lo que luego haría en España Roberto Bodegas, o se intentara con el cine quinqui, en pelis como "Roma violenta" (1975) e "Italia a mano armada" (1976). Y es en esa veta a caballo entre la comercialidad del cine de explotación (aquí con ribetes claramente 'sexplotation') y la denuncia social en donde hay que incluir este filme algo anterior. Aunque, eso sí, a diferencia de aquellos, y es algo que pudo lastrar la peli, el guión es aquí del propio Girolami, sin intervención externa. Seguramente porque no había presupuesto para más, y no hay más que fijarse un poco para darse cuenta de que no abundaba la pasta. Aparte de que seguramente, y aunque me repita, insistiré en que no hay más que ver la peli para comprobarlo, tampoco se pretendió nunca al rodarla un resultado como el de "Matar a un ruiseñor" (Robert Mulligan, 1962). Sino tomar el dinero y correr.
Lo que pasa es que pese a sus limitaciones (y pese a sus pretensiones, reales o fingidas), y tal vez también a causa de ellas, la cinta entretiene y divierte. Y hasta en algún momento emociona, como después explicaré.
Y voy al lío: una joven prostituta aparece asesinada en una alejada cabaña en el bosque y aunque su abogado trata de montar una cruzada en los tribunales contra el sistema, por haber arrancado al joven que parece el principal sospechoso (Umberto Liberati) con malas artes una primera confesión que luego rectificó, el testimonio clave de un mirón deja claro que es el culpable. Un nuevo abogado izquierdoso y borrachín (el orondo Folco Lulli) que no se ocupa más que de casos de poca monta y está casi fuera de la profesión, tratará de demostrar que el chico es un pobre enfermo mental y que sus actos son producto de traumas infantiles. Para apoyar su teoría recurrirá a la prensa e invitará al director del principal periódico de la ciudad (Pierre Cressoy), un conservador que lo ha atacado basándose en su amor por el bebercio, exponiéndole sus puntos de vista sobre los males de la sociedad e invitándole a visitar un psiquiátrico penitenciario para que vea lo que ahí se cuece y que la realidad del crimen es mucho más compleja de lo que cree.
(Sigo en zona spoiler, por si acaso, aunque hablaré de muchas otras cosas, porque quisiera que vean la peli, vale la pena; y en todo caso procuraré no desvelar del todo el final)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y allí en el manicomio conoceremos dos casos clínicos de dos desgraciados de cuyas miserias se nos informará a través de oportunos y truculentos 'flashbacks': el de un asesino de niñas (Silvio Bagolini) que quiere convertirlas en muñecas a causa del trauma que padeció al negarle sus padres acceso a esos juguetes, pese a ser los que más le fascinaban, y el de otro pobre diablo (Piero Lulli) que contrataba prostitutas para someterlas a torturas sádicas con fuego, y que terminó quemando viva a una (Krista Nell), a causa del trauma que le causaron los curas de un internado al relacionar los placeres de la carne con el fuego eterno del infierno.
Las limitaciones, ya lo he dicho antes, están en primer lugar en el guión. Y no porque no esté bien construido, sino por un uso de andar por casa de Freud y del psicoanálisis que hoy causa hasta cierta risa (aunque también emociona y divierte, insisto) por el modo en que en su encendida perorata ante el periodista expone Folco Lulli la tesis del filme. Aparte de que los dos casos clínicos quizá hubiesen requerido más matices.
Aunque también hay que decir bien claramente de esto último que para lo que se pretende funcionan estupendamente. Y que tanto Piero Lulli como el sádico putero que goza encarnando al demonio (parece un auténtico idem) con que lo atemorizaron los curas como, sobre todo, Silvio Bagolini (no creo haber visto nunca mejor representada en un rostro la inocente y dulce perversidad de un enfermo mental psicópata) están SOBERBIOS.
Y es que, si nos pusiéramos exquisitos, y empezásemos a decir que nos hubiera gustado ver en esas escenas una puesta en escena "más a lo Hitchcock y menos a lo Eloy de la Iglesia", estaríamos mintiendo. Están DE MIEDO y producen horror. Y a fin de cuentas el 'giallo italiano' es así.
Los fallos están más en el cierto discurso sociopolítico que se quiere simplonamente trasladar. Y, sobre todo, en lo simplonamente con que se hace, no sé si solo por la falta de profundidad o también por el espíritu de la época. No en el discurso en sí ("No juzgues y no serás juzgado", "no juzguemos solo por el fruto del árbol sino por sus raíces), que emociona y sigue siendo plenamente vigente. Aunque hoy bien sepamos también, creo yo, que no todo es tan sencillo.
Y es que además de un guión menos esquemático, quizá se hubiese requerido de un actor con más talento dramático que Folco Lulli, que parece mucho más dotado para la comedia o el costumbrismo (la escena con su compañera sentimental, hablando de cómo está el mundo tras haber disfrutado con ella haciendo el amor vale por toda la peli, ojo) que para el drama, lo que queda en evidencia cuando en el twist final, su personaje confiesa su gran secreto.
Aunque, qué narices, ese desenlace final en una sala de fiestas, que implica muchísimas cosas, y no solo la revelación del abogado borrachín y gordinflón, también es magnífico. Y emociona, Aunque Folco no haya sido Paul Newman en "Veredicto final" (Sidney lumet, 1982).
Emociona lo que se dicen el abogado y el periodista, viéndose la ciudad (que supongo que es Roma) desde lo alto, en una preciosa panorámica nocturna. Aunque uno se cabree un poco porque igual se lo podían haber dicho mejor y entonces uno se habría emocionado más, uno se emociona.
Eros y Thanatos. El mal como mano izquierda de Dios, argumenta el periodista democratacristiano, cuando tras la confesión vuelven a la pista en que danzan las ánimas del Purgatorio. "Confiemos en que Dios no sea zurdo" responde paradójicamente el abogado izquierdista que esconde en su alma una oscura pena antes de incorporarse a la pista junto a su novieta. "La única que me aguanta".
E la Nave va, decía Fellini.
-------
P.D 1. La secuencia final es, en cierto modo, una metáfora de los acuerdos entre democristianos y comunistas con que se gobernó Italia durante décadas ¿O no?
PD. 2 Si vieron la peli, busquen en Wikipedia Hans Memling, Stephan Lochner. Y tal vez satisfagan la curiosidad que también yo tuve...
Las limitaciones, ya lo he dicho antes, están en primer lugar en el guión. Y no porque no esté bien construido, sino por un uso de andar por casa de Freud y del psicoanálisis que hoy causa hasta cierta risa (aunque también emociona y divierte, insisto) por el modo en que en su encendida perorata ante el periodista expone Folco Lulli la tesis del filme. Aparte de que los dos casos clínicos quizá hubiesen requerido más matices.
Aunque también hay que decir bien claramente de esto último que para lo que se pretende funcionan estupendamente. Y que tanto Piero Lulli como el sádico putero que goza encarnando al demonio (parece un auténtico idem) con que lo atemorizaron los curas como, sobre todo, Silvio Bagolini (no creo haber visto nunca mejor representada en un rostro la inocente y dulce perversidad de un enfermo mental psicópata) están SOBERBIOS.
Y es que, si nos pusiéramos exquisitos, y empezásemos a decir que nos hubiera gustado ver en esas escenas una puesta en escena "más a lo Hitchcock y menos a lo Eloy de la Iglesia", estaríamos mintiendo. Están DE MIEDO y producen horror. Y a fin de cuentas el 'giallo italiano' es así.
Los fallos están más en el cierto discurso sociopolítico que se quiere simplonamente trasladar. Y, sobre todo, en lo simplonamente con que se hace, no sé si solo por la falta de profundidad o también por el espíritu de la época. No en el discurso en sí ("No juzgues y no serás juzgado", "no juzguemos solo por el fruto del árbol sino por sus raíces), que emociona y sigue siendo plenamente vigente. Aunque hoy bien sepamos también, creo yo, que no todo es tan sencillo.
Y es que además de un guión menos esquemático, quizá se hubiese requerido de un actor con más talento dramático que Folco Lulli, que parece mucho más dotado para la comedia o el costumbrismo (la escena con su compañera sentimental, hablando de cómo está el mundo tras haber disfrutado con ella haciendo el amor vale por toda la peli, ojo) que para el drama, lo que queda en evidencia cuando en el twist final, su personaje confiesa su gran secreto.
Aunque, qué narices, ese desenlace final en una sala de fiestas, que implica muchísimas cosas, y no solo la revelación del abogado borrachín y gordinflón, también es magnífico. Y emociona, Aunque Folco no haya sido Paul Newman en "Veredicto final" (Sidney lumet, 1982).
Emociona lo que se dicen el abogado y el periodista, viéndose la ciudad (que supongo que es Roma) desde lo alto, en una preciosa panorámica nocturna. Aunque uno se cabree un poco porque igual se lo podían haber dicho mejor y entonces uno se habría emocionado más, uno se emociona.
Eros y Thanatos. El mal como mano izquierda de Dios, argumenta el periodista democratacristiano, cuando tras la confesión vuelven a la pista en que danzan las ánimas del Purgatorio. "Confiemos en que Dios no sea zurdo" responde paradójicamente el abogado izquierdista que esconde en su alma una oscura pena antes de incorporarse a la pista junto a su novieta. "La única que me aguanta".
E la Nave va, decía Fellini.
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P.D 1. La secuencia final es, en cierto modo, una metáfora de los acuerdos entre democristianos y comunistas con que se gobernó Italia durante décadas ¿O no?
PD. 2 Si vieron la peli, busquen en Wikipedia Hans Memling, Stephan Lochner. Y tal vez satisfagan la curiosidad que también yo tuve...