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Voto de Echanove:
7
5,4
482
Intriga
Una niña, alumna de un distinguido colegio de la parte alta de Barcelona, ha desaparecido del internado misteriosamente. La dirección del centro y el comisario Flores deciden, para evitar el escándalo, llevar las investigaciones por cauces nada tradicionales. Con este fin, Flores contacta con un curioso personaje mitad quinqui, mitad loco, recluido en un psiquiátrico a instancias del propio comisario, para que lleve a cabo las investigaciones... (FILMAFFINITY) [+]
1 de septiembre de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque la adaptación de esta conocida novela de Eduardo Mendoza cuenta con una realización seca y aparentemente algo desmañada no le va nada mal a la historia sórdida, esperpéntica y neurótica que cuenta, a la que Cayetano del Real en su primera y última película supo además imprimir un ritmo narativo que termina por engancharte.
El guión, en el que intervino Mendoza y que, como el libreto original, está repleto de humor, está asimismo muy bien servido por y para el gran Pepe Sacristán, que le vino como anillo al dedo al papel del delincuente de poca monta con problemas psiquiátricos que, no obstante, se las sabe todas, y no quiere volver al sanatorio en que estuvo recluido. Uno empatiza con él desde el primer fotograma y la ternura con la que Mendoza trata en la novela al personaje se traslada con eficacia a la gran pantalla.
Y es que para meter humor en un thriller (o en cualquier otro género, dicho sea de paso) no hace falta sal gorda ni trazo grueso. Y si a ello añadimos que la aparición de la misteriosa belleza de Blanca Guerra en la última media hora de la cinta la eleva varios enteros, incluidas sus tiernas (sí, volví al utiliza esa palabra) secuencias de amor junto a Sacristán (no creo haber visto nunca un desnudo parcial tan natural, elegante y "exigido por el guión" en el cine español de aquella época llamada "del destape" como el de la mexicana aquí), llegaremos a la conclusión de que no nos encontramos solo ante un tierno thriller humorístico protagonizado por un perdedor en el que no faltan sutiles apuntes sociales, sino ante una peli que, a partir de la irrupción de la actriz azteca, incluso ofrecería destellos que podrían remitirnos, en clave de parodia melancólica y triste, a los thrillers románticos de Hithcock o Donen. Aunque ni Sacristán ni su personaje tengan el menor parecido con Cary Grant y los tipos que él incorporaba en esos filmes. Y aunque, como decimos, la supuesta referencia de "La cripta" a aquellos modelos no sea más que un fulgurante, pálido y distorsionado reflejo quinqui-cañí de aquellas intrigas de altos vuelos, hoteles y coches de lujo.
Suménse a todo ello secuencias tan divertidas como las de las indagaciones con los dos jardineros o la del teléfono en el bar (con un curioso cameo del filósofo Eugenio Trías) y el gran trabajo de secundarios como Carlos Lucena (llena la pantalla cada vez que sale) para que aunque no estemos ante La Octava Maravilla del Séptimo Arte, "La Cripta" sea una película muy disfrutable.
Interesará especialmente a los frikis del "cine transitivo" en busca de algo distinto, a los fans de Sacristán, a los lectores de Mendoza y a los amantes de la Barcelona del fin de los años 70.
Y, sobre todo, les gustará mucho a los amantes de Gustavo Adolfo Becquer. Pero probablemente no tanto a quienes les guste la Coca Cola (sigo en el spoiler).
El guión, en el que intervino Mendoza y que, como el libreto original, está repleto de humor, está asimismo muy bien servido por y para el gran Pepe Sacristán, que le vino como anillo al dedo al papel del delincuente de poca monta con problemas psiquiátricos que, no obstante, se las sabe todas, y no quiere volver al sanatorio en que estuvo recluido. Uno empatiza con él desde el primer fotograma y la ternura con la que Mendoza trata en la novela al personaje se traslada con eficacia a la gran pantalla.
Y es que para meter humor en un thriller (o en cualquier otro género, dicho sea de paso) no hace falta sal gorda ni trazo grueso. Y si a ello añadimos que la aparición de la misteriosa belleza de Blanca Guerra en la última media hora de la cinta la eleva varios enteros, incluidas sus tiernas (sí, volví al utiliza esa palabra) secuencias de amor junto a Sacristán (no creo haber visto nunca un desnudo parcial tan natural, elegante y "exigido por el guión" en el cine español de aquella época llamada "del destape" como el de la mexicana aquí), llegaremos a la conclusión de que no nos encontramos solo ante un tierno thriller humorístico protagonizado por un perdedor en el que no faltan sutiles apuntes sociales, sino ante una peli que, a partir de la irrupción de la actriz azteca, incluso ofrecería destellos que podrían remitirnos, en clave de parodia melancólica y triste, a los thrillers románticos de Hithcock o Donen. Aunque ni Sacristán ni su personaje tengan el menor parecido con Cary Grant y los tipos que él incorporaba en esos filmes. Y aunque, como decimos, la supuesta referencia de "La cripta" a aquellos modelos no sea más que un fulgurante, pálido y distorsionado reflejo quinqui-cañí de aquellas intrigas de altos vuelos, hoteles y coches de lujo.
Suménse a todo ello secuencias tan divertidas como las de las indagaciones con los dos jardineros o la del teléfono en el bar (con un curioso cameo del filósofo Eugenio Trías) y el gran trabajo de secundarios como Carlos Lucena (llena la pantalla cada vez que sale) para que aunque no estemos ante La Octava Maravilla del Séptimo Arte, "La Cripta" sea una película muy disfrutable.
Interesará especialmente a los frikis del "cine transitivo" en busca de algo distinto, a los fans de Sacristán, a los lectores de Mendoza y a los amantes de la Barcelona del fin de los años 70.
Y, sobre todo, les gustará mucho a los amantes de Gustavo Adolfo Becquer. Pero probablemente no tanto a quienes les guste la Coca Cola (sigo en el spoiler).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y es que el personaje de Pepe Sacristán tiene una fijación algo obsesiva con la Pepsi Cola (que no con la CocaCola), que quiere beber en todas partes y a todas horas, desde que cautivo en el psiquiátrico lo aficionaron al brebaje para que se estuviera tranquilito. Un poco como lo que les pasaba a las castas inferiores de la novela de Aldous Huxley "Un Mundo Feliz" con su dependencia de aquella droga llamada "soma", no sé si me explico.
Y aunque no sea eso algo que tenga que ver con la trama aparentemente principal (la desaparición de unas adolescentes en un internado de monjas) quizá sí que tenga que ver, y bastante, con el verdadero fondo de la película, eso que poniéndonos estupendos llamaríamos el subtexto. Y que en este caso para mi no es otro que el reto del personaje encarnado por Sacristán de no volver al psiquiátrico del que sale para cumplir la misión que le encomienda la Policía.
Pero el personaje interpretado por Sacristán (que, como se ha dicho en una crítica anterior, ni siquiera tiene nombre) renunciará a dicho anhelo de libertad por amor a Mercedes (Blanca Guerra), a quien no delata por la muerte del depravado 'pez gordo' raptor de niñas. Una muerte que Mercedes ejecuta salvándole así a él la vida en la cripta, y de la que él se inculpa.
Si bien el final, al poner pies en polvorosa nuestro antihéroe en los ultimos fotogramas, en un inesperado giro en que rehusa traspasar el umbral del psiquiátrico, lo que revela es que tras la odisea vivida y lo aprendido y conocido esos dias de periplo por el exterior, en el futuro sus aspiraciones ya no se van a limitar a beber Pepsi Cola en la cantina del sanatorio y a jugar al fútbol con otros internos.
Porque el "hombre sin nombre", aunque no sea culto y a diferencia de su amada, ignore quien es Stravinsky, conoce y ama la obra de Gustavo Adolfo Becquer. Robó las Rimas y Leyendas en un kiosko, siendo un chaval, antes de dedicarse a la delincuencia. Y se las sabe. Lo primero que hace al recobrar la libertad es repetir la operación en un puesto de Las Ramblas. Y enseguida le recitará en la escena de el bar a la pareja de intelectuales de que forma parte Eugenio Trías el "que solos se quedan los muertos". Como también por boca de Becquer hablará en la cama de amor a su amada Mercedes. Y ya casi al final, al despedirse en el coche de Policía, le regalará el libro robado. Becquer o muerte.
Y aunque no sea eso algo que tenga que ver con la trama aparentemente principal (la desaparición de unas adolescentes en un internado de monjas) quizá sí que tenga que ver, y bastante, con el verdadero fondo de la película, eso que poniéndonos estupendos llamaríamos el subtexto. Y que en este caso para mi no es otro que el reto del personaje encarnado por Sacristán de no volver al psiquiátrico del que sale para cumplir la misión que le encomienda la Policía.
Pero el personaje interpretado por Sacristán (que, como se ha dicho en una crítica anterior, ni siquiera tiene nombre) renunciará a dicho anhelo de libertad por amor a Mercedes (Blanca Guerra), a quien no delata por la muerte del depravado 'pez gordo' raptor de niñas. Una muerte que Mercedes ejecuta salvándole así a él la vida en la cripta, y de la que él se inculpa.
Si bien el final, al poner pies en polvorosa nuestro antihéroe en los ultimos fotogramas, en un inesperado giro en que rehusa traspasar el umbral del psiquiátrico, lo que revela es que tras la odisea vivida y lo aprendido y conocido esos dias de periplo por el exterior, en el futuro sus aspiraciones ya no se van a limitar a beber Pepsi Cola en la cantina del sanatorio y a jugar al fútbol con otros internos.
Porque el "hombre sin nombre", aunque no sea culto y a diferencia de su amada, ignore quien es Stravinsky, conoce y ama la obra de Gustavo Adolfo Becquer. Robó las Rimas y Leyendas en un kiosko, siendo un chaval, antes de dedicarse a la delincuencia. Y se las sabe. Lo primero que hace al recobrar la libertad es repetir la operación en un puesto de Las Ramblas. Y enseguida le recitará en la escena de el bar a la pareja de intelectuales de que forma parte Eugenio Trías el "que solos se quedan los muertos". Como también por boca de Becquer hablará en la cama de amor a su amada Mercedes. Y ya casi al final, al despedirse en el coche de Policía, le regalará el libro robado. Becquer o muerte.