Gran serie, de una gran personalidad. De ritmo lento, atmósfera cargada y estética muy depurada. Ineludiblemente evoca a David Lynch en más de un aspecto; aunque sin llegar al nivel de misterio intrínseco de este (Carnivale es más explícita y, por esta razón, menos terrorífica), gana en otros elementos como la consistencia de la trama y la profundización en los personajes.

La combinación de temas en apariencia poco compatibles (brujería y espiritismo, mundo circense, América profunda post-depresión...) y su maestría en combinarlos, unida a lo antes mencionado, la convierte en un producto redondo de, sobre todo, una gran calidad cinematográfica. La fotografía, música, guión e interpretaciones son absolutamente irreprochables.

Respecto a su prematura desaparación, lo cierto es que las principales tramas concluyen al fin de la segunda temporada de una forma satisfactoria. De hecho, y vistas las nuevas que se abren en los últimos minutos como planteamiento para futuras temporadas que no se realizaron, cuesta creer que el listón pudiera mantenerse tan alto. Razón adicional para no perderse lo que se hizo de esta serie.

Altamente recomendada.