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Voto de Jordirozsa:
6
27 de abril de 2021
29 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tiene que haber en la posteridad cinematográfica un lugar para «The Open House», cabría esperar que fuera por algo más que la multitud de controvertidas críticas que ha recibido, muchas de ellas negativas y/o malas, tanto de profesionales, como de no profesionales (de éstos me fío más, que de aquéllos a los que se paga por escribir lo que puede venir dictado desde vete a saber dónde; soy periodista y sé de qué me hablo).
No se si serán trece (o trece mil), las razones (una de ellas el mal logrado papel del guapísimo Dylan Minette) por las que la película se lleva tal cantidad de vilipendios en los que se prodigan tantos comentarios que he leído, muchos de ellos sin ninguna clase de argumento, encorsetados en un simplismo borreguil, y hasta algunos rayando lo soez.
Y aunque convengo en lo que exponen algunos que resultan de más utilidad o interés, sobre lo decepcionante que puede resultar esta cinta, cabe decir que no sería justo no reconocer sus buenos momentos y sus puntos fuertes, y que no es para tanto el grito al cielo de los que se rasgan las vestiduras, o se tiran de los pelos después de haberla visto.
Básicamente, se pueden reducir a dos, los factores que han suscitado tanta polémica y aspaviento. Uno, de carácter predominantemente subjetivo, es el incumplimiento de expectativa; y es que ya el primer plano de la carrera del protagonista, aviatado con camiseta, zapatillas y pantalón corto (mi escena favorita, tanto por lo estético, como por lo premonitorio del sueño roto que representa en lo narrativo), promete mucho e induce a proyectar la ilusión de pasar un buen rato con lo que habría podido ser una historia sólida y bién desarrollada.
En segundo lugar, una innegable sucesión de actuaciones poco convincentes por mal trabajadas, lagunas o huecos en el argumento, arítmias en el desarrollo de la trama, efectos desacompasados (que sirven más al adorno que a realzar la intensidad dramática), recursos poco aprovechados y chapuzas del guión que, en su conjunto, objetivamente justifican la airada reacción de muchos espectadores.
Sin ver más allá, sin buscar un sustrato de fondo, sin bajar con Logan al sótano donde tiene que ir cada dos por tres a arreglar el calentador de agua (que simboliza el trasfondo psicológico del infierno por el que pasa el muchacho), el resultado final del film se percibe, cuando menos, como desconcertante para los que esperen encuentros con lo sobrenatural o barra libre de adrenalina; y absurdo, sin aparente sentido, para los que se devaneen los sesos jugando al «Cluedo» después de los créditos finales.
La fotografía peca de planos muy encorsetados, cuya sucesión construye una linea bastante fragmentada, dejando huecos o elipses entre pedazos. Poco se prodiga en generales o panorámicas. Salvo algunas excepciones, como el paisaje de carretera cuando Naomí y Logan emprenden el viaje a la nueva casa.
En la primera escena se queda en un plano americano de Logan corriendo, cortando con un fugaz general que marca el fin de la carrera. Desaprovecha, así, lo que habría podido ser una preciosa secuencia del «running» de Minette.
Joseph Shirlehy, tampoco se mata en una partitura que acaba siendo mediocre, que no explota ni realza los momentos con diferentes matices dramáticos que se suceden. Sólo sale de su tímida e insípida temática con unos cuantos aporreos durante el desenlace, dejando silencios donde un buen fondo orquestal habría ayudado a salvar esta cinta.
Dylan Minette se lo curra todo lo que puede, ya no tanto por no defraudar a sus fans de la serie de tv que lo hizo famosete, sino porque se juega el tipo como protagonista del primer largo supuestamente serio para el que se lo ficha. Sólo por respeto a su trabajo, y al de Piercey Dalton, lo único que aguanta un poco la película, no se puede echar la actuación de ambos a la hoguera, aunque los diálogos son lo que son, y el que los escribió, sí que merecería acabar en una pira de leña.
A lo que no puede llegar la interpretación de Dalton, intentan compensarlo con la exhibición de su ya granado cuerpo enjabonado en una abusiva reiteración de escenas de baño, en alguna de las cuales ya podrían habernos dejado disfrutar de ver a Logan duchándose después de una carrera, o envuelto en toalla salir del lavabo. Pero bueno, tal vez su desnudo habría encarecido demasiado el presupuesto.
Los demás personajes resultan muy poco convincentes, unos por insulsos (el padre de Logan, la hermana de Naomí), y otros por chapucera caracterización y encaje (Chris) o por estrafalarios y desaprovechados (Martha, el empleado de la immobiliaria)... quizás el que más natural aparece es el fontanero. Todos ellos, como figuritas de un belén, meros elementos decorativos a los que no se deja aportar nada sustancial en la trama. Con lo que, para no volverse majara, es mejor no intentar establecer relación entre la identidad del «malo» y ninguno de ellos, porque el guión no es capaz de afirmar nada sólido que lo funde.
El argumento se desarrolla en tres partes. En primer lugar, una presentación o introducción que despacha a toda prisa el asunto, liquidando al padre de Logan a la primera de cambio, y no con menos rapidez, lo que se supone tendría que ser el duelo. Podemos entender cómo se lo toman todos, asumiendo un estado de «shock»; o, mejor, por lo poco que se deja entrever de como les van las cosas a los Wallace, por lo mal que se supone que el padre habría llevado el negocio familiar, hasta da la impresión de que para Naomí, la muerte de Bryan és más bien una liberación que otra cosa.
Incluso parece extraño que la desaparición del que, para Dylan, es la puerta de sus sueños, el progenitor adorado, no revierta en el estado emocional del muchacho más que esa fría languidez que expresa en el breve momento que aparece encerrado en el baño.
La escasa relevancia del episodio (craso error), deja desprovisto al resto del metraje, del debido soporte de intensidad dramática sobre el que desarrollar el resto .
No se si serán trece (o trece mil), las razones (una de ellas el mal logrado papel del guapísimo Dylan Minette) por las que la película se lleva tal cantidad de vilipendios en los que se prodigan tantos comentarios que he leído, muchos de ellos sin ninguna clase de argumento, encorsetados en un simplismo borreguil, y hasta algunos rayando lo soez.
Y aunque convengo en lo que exponen algunos que resultan de más utilidad o interés, sobre lo decepcionante que puede resultar esta cinta, cabe decir que no sería justo no reconocer sus buenos momentos y sus puntos fuertes, y que no es para tanto el grito al cielo de los que se rasgan las vestiduras, o se tiran de los pelos después de haberla visto.
Básicamente, se pueden reducir a dos, los factores que han suscitado tanta polémica y aspaviento. Uno, de carácter predominantemente subjetivo, es el incumplimiento de expectativa; y es que ya el primer plano de la carrera del protagonista, aviatado con camiseta, zapatillas y pantalón corto (mi escena favorita, tanto por lo estético, como por lo premonitorio del sueño roto que representa en lo narrativo), promete mucho e induce a proyectar la ilusión de pasar un buen rato con lo que habría podido ser una historia sólida y bién desarrollada.
En segundo lugar, una innegable sucesión de actuaciones poco convincentes por mal trabajadas, lagunas o huecos en el argumento, arítmias en el desarrollo de la trama, efectos desacompasados (que sirven más al adorno que a realzar la intensidad dramática), recursos poco aprovechados y chapuzas del guión que, en su conjunto, objetivamente justifican la airada reacción de muchos espectadores.
Sin ver más allá, sin buscar un sustrato de fondo, sin bajar con Logan al sótano donde tiene que ir cada dos por tres a arreglar el calentador de agua (que simboliza el trasfondo psicológico del infierno por el que pasa el muchacho), el resultado final del film se percibe, cuando menos, como desconcertante para los que esperen encuentros con lo sobrenatural o barra libre de adrenalina; y absurdo, sin aparente sentido, para los que se devaneen los sesos jugando al «Cluedo» después de los créditos finales.
La fotografía peca de planos muy encorsetados, cuya sucesión construye una linea bastante fragmentada, dejando huecos o elipses entre pedazos. Poco se prodiga en generales o panorámicas. Salvo algunas excepciones, como el paisaje de carretera cuando Naomí y Logan emprenden el viaje a la nueva casa.
En la primera escena se queda en un plano americano de Logan corriendo, cortando con un fugaz general que marca el fin de la carrera. Desaprovecha, así, lo que habría podido ser una preciosa secuencia del «running» de Minette.
Joseph Shirlehy, tampoco se mata en una partitura que acaba siendo mediocre, que no explota ni realza los momentos con diferentes matices dramáticos que se suceden. Sólo sale de su tímida e insípida temática con unos cuantos aporreos durante el desenlace, dejando silencios donde un buen fondo orquestal habría ayudado a salvar esta cinta.
Dylan Minette se lo curra todo lo que puede, ya no tanto por no defraudar a sus fans de la serie de tv que lo hizo famosete, sino porque se juega el tipo como protagonista del primer largo supuestamente serio para el que se lo ficha. Sólo por respeto a su trabajo, y al de Piercey Dalton, lo único que aguanta un poco la película, no se puede echar la actuación de ambos a la hoguera, aunque los diálogos son lo que son, y el que los escribió, sí que merecería acabar en una pira de leña.
A lo que no puede llegar la interpretación de Dalton, intentan compensarlo con la exhibición de su ya granado cuerpo enjabonado en una abusiva reiteración de escenas de baño, en alguna de las cuales ya podrían habernos dejado disfrutar de ver a Logan duchándose después de una carrera, o envuelto en toalla salir del lavabo. Pero bueno, tal vez su desnudo habría encarecido demasiado el presupuesto.
Los demás personajes resultan muy poco convincentes, unos por insulsos (el padre de Logan, la hermana de Naomí), y otros por chapucera caracterización y encaje (Chris) o por estrafalarios y desaprovechados (Martha, el empleado de la immobiliaria)... quizás el que más natural aparece es el fontanero. Todos ellos, como figuritas de un belén, meros elementos decorativos a los que no se deja aportar nada sustancial en la trama. Con lo que, para no volverse majara, es mejor no intentar establecer relación entre la identidad del «malo» y ninguno de ellos, porque el guión no es capaz de afirmar nada sólido que lo funde.
El argumento se desarrolla en tres partes. En primer lugar, una presentación o introducción que despacha a toda prisa el asunto, liquidando al padre de Logan a la primera de cambio, y no con menos rapidez, lo que se supone tendría que ser el duelo. Podemos entender cómo se lo toman todos, asumiendo un estado de «shock»; o, mejor, por lo poco que se deja entrever de como les van las cosas a los Wallace, por lo mal que se supone que el padre habría llevado el negocio familiar, hasta da la impresión de que para Naomí, la muerte de Bryan és más bien una liberación que otra cosa.
Incluso parece extraño que la desaparición del que, para Dylan, es la puerta de sus sueños, el progenitor adorado, no revierta en el estado emocional del muchacho más que esa fría languidez que expresa en el breve momento que aparece encerrado en el baño.
La escasa relevancia del episodio (craso error), deja desprovisto al resto del metraje, del debido soporte de intensidad dramática sobre el que desarrollar el resto .
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Con el viaje a la casa que les deja su hermana, Naomí y Logan se adentran en la parte central de la historia. A parte de algún sustito como el de la carretera, en la que casi atropellan al fulano que está claro que será el que les dará la brasa hasta el final, el dúo dinámico que hace a la par de director y guionista (Matt Angel y Suzanne Coote), no acierta a crear un clima creciente de inquietud delirante, ya sea por falta de agallas de apostar por algo más contundente, o por simple negligencia de hacer pasar el rodaje de forma complaciente.
Por un lado, con inconsistentes plantes, que no aumentan la tensión (difusos golpes de tuberías, algunos objetos cambiantes de sitio o que se pierden... ).
Incluso las fotos que se encuentran de ellos mismos durmiendo; los viajes de Logan al lúgubre sótano para arreglar la caldera cada vez que se estropea; y la pretendida solemne aparición del que se intuye que será el asesino despiadado, con la vista de aquellas botas negras que se antojan como guiño al Michael Myers de John Carpenter (todo él vestido de negro, hasta la camioneta con la que al final se va a su siguiente destino), no se acaba de crear ese ambiente que genera el hormigueo en la tripa.
De otra parte, el guión se empecina en centrarnos en esa casposa relación de apego entre la posesiva madre hacia el hijo, que la quiere, pero que inconscientemente proyecta en ella, en forma de rencor, el mal procesado duelo de la pérdida de su padre. Lo cual no deja de ser interesante, aunque nos despista i transporta a un telefilme familiar de sobremesa, de sábado o domingo por la tarde.
El desenlace cae en cascada; el perverso psicópata decide terminar sus bromitas, y el gato se dispone a acabar con los dos ratoncitos (expresión mía; no es que sugiera una referencia a «Tom y Jerry»). Eso sí, hecho el montaje de forma bastante torpe y majadera. Y con ese polémico final, por el que muchos (por lo que he leído), querrían tirar a guión y guionistas al contenedor de donde los sacaron. Nada que objetar, aunque les pediría que pusieran a cada cual en el que le corresponda, porque ahora se insiste mucho en eso de reciclar basuras.
Confieso que me he divertido bastante pensando en las noches de insomnio, de tantos/as que han elaborado y escrito su particular teoría sobre la posible identidad del asesino. Algunas muy originales, cuyo autor/a sería quizás el mejor capacitado/a para escribir una segunda parte (que ya se hace esperar), de esta película que parece terminar con derecho a secuela. Quizás con Minette repitiendo ya que ni eso queda claro: ¿lo mata realmente el asesino? ¿se queda periquito de hipotermia? ¿está realmente muerto, ahí, al lado del riachuelo?
Sólo me pareció interesante, la idea de que todo hubiese sido producto de la mente de un Logan transtornado por la muerte de su padre, y el chico acaba matando a su propia madre (accidentalmente, claro). Con ello, la cinta habría sido de un resultado espléndido.
Sobre todo, si reparamos en la curiosa analogía (que seguro que ni los creadores del film deben haber sido conscientes de ella) que podríamos establecer entre la relación materno filial de Logan y su madre, y el «Edipo, Rey», de Sófocles. Si, ese rey que se quitó los ojos en darse cuenta que había consumado una relación amorosa con su propia madre sin saberlo. Basta reparar en la simbología del momento en el que el asesino le quita a Logan las lentes de contacto sin las que el muchacho corre completamente cegato.
Hay tantos cabos sueltos, que intentar cuajar un cierre de la trama, es como querer resolver una de esas ilusiones ópticas, llamadas «figuras imposibles». Hay tantas «puertas abiertas», que quedarse intentando hallar una respuesta diferente a la de que es precisamente irrelevante en esta historia quién es el asesino, supone arriesgarse a pillar una pulmonía mental por corriente de aire.
Por un lado, con inconsistentes plantes, que no aumentan la tensión (difusos golpes de tuberías, algunos objetos cambiantes de sitio o que se pierden... ).
Incluso las fotos que se encuentran de ellos mismos durmiendo; los viajes de Logan al lúgubre sótano para arreglar la caldera cada vez que se estropea; y la pretendida solemne aparición del que se intuye que será el asesino despiadado, con la vista de aquellas botas negras que se antojan como guiño al Michael Myers de John Carpenter (todo él vestido de negro, hasta la camioneta con la que al final se va a su siguiente destino), no se acaba de crear ese ambiente que genera el hormigueo en la tripa.
De otra parte, el guión se empecina en centrarnos en esa casposa relación de apego entre la posesiva madre hacia el hijo, que la quiere, pero que inconscientemente proyecta en ella, en forma de rencor, el mal procesado duelo de la pérdida de su padre. Lo cual no deja de ser interesante, aunque nos despista i transporta a un telefilme familiar de sobremesa, de sábado o domingo por la tarde.
El desenlace cae en cascada; el perverso psicópata decide terminar sus bromitas, y el gato se dispone a acabar con los dos ratoncitos (expresión mía; no es que sugiera una referencia a «Tom y Jerry»). Eso sí, hecho el montaje de forma bastante torpe y majadera. Y con ese polémico final, por el que muchos (por lo que he leído), querrían tirar a guión y guionistas al contenedor de donde los sacaron. Nada que objetar, aunque les pediría que pusieran a cada cual en el que le corresponda, porque ahora se insiste mucho en eso de reciclar basuras.
Confieso que me he divertido bastante pensando en las noches de insomnio, de tantos/as que han elaborado y escrito su particular teoría sobre la posible identidad del asesino. Algunas muy originales, cuyo autor/a sería quizás el mejor capacitado/a para escribir una segunda parte (que ya se hace esperar), de esta película que parece terminar con derecho a secuela. Quizás con Minette repitiendo ya que ni eso queda claro: ¿lo mata realmente el asesino? ¿se queda periquito de hipotermia? ¿está realmente muerto, ahí, al lado del riachuelo?
Sólo me pareció interesante, la idea de que todo hubiese sido producto de la mente de un Logan transtornado por la muerte de su padre, y el chico acaba matando a su propia madre (accidentalmente, claro). Con ello, la cinta habría sido de un resultado espléndido.
Sobre todo, si reparamos en la curiosa analogía (que seguro que ni los creadores del film deben haber sido conscientes de ella) que podríamos establecer entre la relación materno filial de Logan y su madre, y el «Edipo, Rey», de Sófocles. Si, ese rey que se quitó los ojos en darse cuenta que había consumado una relación amorosa con su propia madre sin saberlo. Basta reparar en la simbología del momento en el que el asesino le quita a Logan las lentes de contacto sin las que el muchacho corre completamente cegato.
Hay tantos cabos sueltos, que intentar cuajar un cierre de la trama, es como querer resolver una de esas ilusiones ópticas, llamadas «figuras imposibles». Hay tantas «puertas abiertas», que quedarse intentando hallar una respuesta diferente a la de que es precisamente irrelevante en esta historia quién es el asesino, supone arriesgarse a pillar una pulmonía mental por corriente de aire.