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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
8
Terror Ambientada en el marco de la epidemia de fiebre amarilla que azotó la ciudad de Buenos Aires en 1871, "Resurrección" es la historia de un joven sacerdote que, impulsado por una visión mística, se dirige a la ciudad para asistir a las víctimas y enfermos de la terrible epidemia. Una serie de acontecimientos inesperados lo acorralan en ese lugar y lo hacen dudar del sentido de su misión inicial, de sus creencias y finalmente de su fe. (FILMAFFINITY) [+]
7 de febrero de 2022
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después del salto al ruedo que hizo Martín de Salvo en 2013 con “El día trajo la oscuridad”, con el que apostaba por un lenguaje muy impresionista, sencillo, acorde a los recursos más bien escasos con los que el cine argentino se adentra en el género del terror, le toca el turno esta vez a Gonzalo Calzada: una propuesta pareja en cuanto al argumento, pero introduciendo en su narrativa un set de época, con el que vistió a “Resurrección” (2015) de una ambientación digna del “Drácula de Bram Stoker” (1992), pero más elemental e igualmente efectivo el despliegue de efectos y flashes oníricos, y menos rimbombantes éstos que en producciones de la gran factoría hollywoodiense.

La película prende la consabida temática de las angustias humanas que suscita el miedo a la muerte, reflejo candente en los sufridos cuerpos de los que, en la historia, padecen los efectos de una epidemia de fiebre amarilla que asoló el país, concretamente la capital, Buenos Aires, a principios del último tercio del siglo XIX; el misterio del “más allá de la vida”; el mundo de los “no muertos”. Por ello he citado a dos homólogas de asunto vampírico, y aunque Calzada no toque el tema directamente, recurre a una sincrética mezcla de elementos del imaginario local en lo relativo a las creencias y la espiritualidad escatológica (la devoción y el culto a San La Muerte), con lo diabólico y las creencias canónicas cristianas bíblicas sobre el Paraíso y la Esperanza en la Resurrección, promesa de Dios cumplida en primicia con Jesucristo.

En este contexto fusionado de elementos, el tormento en el que se debate el alma humana: sus expectativas de redención, sus delirios mesiánicos, sus complejos y sentimientos de culpa, encarnados en unos personajes, más humanos los que resultan víctimas de la agonía; y más sobrenaturales los dos que encarnan, uno al fiel e impasible criado (Patricio Contreras), entregado a la defensa de la hacienda a la que sirve, y el otro (Vando Villamil), el curandero que encarna la figura del mismísimo demonio: tal fuesen Van Helsing vs Drácula, o el Arcángel guardián del Edén frente al Diablo. De tal guisa que hasta a momentos podríamos pensar que nos hallamos en una especie de western. De hecho, no faltarían paralelismos si quisiéramos encontrarlos, con los dramas sureños en los que una mansión que ha albergado generaciones de una casta de rancio abolengo protagoniza el centro simbólico de la historia (sin ir más lejos “Lo que el viento se llevó”, de 1939).

Finalmente otro frente comparativo podríamos establecer, de este esquema narrativo, con las grandes clásicas del terror producidas por la Hammer entre los 50 y 70 del pasado siglo, basadas en los cuentos de terror de Edgar Allan Poe, e immortalizadas y protagonizadas por el imbatido Vincent Price, en las que también figuramos la fórmula: maldición más heredad condenada (y por ende encantada de espíritus sin reposo), a causa de alguna fechoría o pacto con el Maligno, hecho por un antepasado o algún miembro desquiciado de la familia.

Ahí no puede faltar el motor de arranque, el que pone en marcha todo el diseño de esta compleja maquinaria que, siguiendo un hilo de desarrollo que desprende un cierto aire detectivesco con el que se hace acompañar por el espectador, nos guía por el páramo, desvelando los misterios, y dando cuenta de los sucesos a tenor de lo que va descubriendo. En el caso que nos ocupa, el personaje de Aparicio (Martín Slipak), un diácono que espera ser ordenado sacerdote, último descendiente vivo de esa família martirizada por el azote implacable de la enfermedad.

Toda la acción se desarrolla en las inmediaciones de la finca de la família del joven religioso. Camino de Buenos Aires, el destino le llevará a su casa natal, donde descubrirá la realidad del horrible maleficio en el que han caído.

Los aposentos de la lujosa casa, el santuario adjunto, con su lúgubre cripta, serán los respectivos escenarios de los tres macabros actos en los que se desarrolla, de manera simultánea, mezclando lo real con la ensoñación delirante, la acción que relata la secuencia de sucesos. Así, el joven protagonista vivirá a caballo, constantemente, entre la verdad y el engaño de sus desvaríos, como no, enjundia argumental que hallamos en otras obras de referencia, como por ejemplo “El Exorcista”; tanto en la original como en sus subsiguientes dos secuelas.

La capilla, el lugar de paso o de tránsito entre la horrenda realidad terrenal de una casa infestada por la abominable peste de la que todos quieren huir, y el fantasmagórico mausoleo donde permanecen resguardados (o aprisionados) los cuerpos “no muertos”, de las que Aparicio presuponía fallecidas Lucía (Ana Fontán) y su hija, la niña Remedios (Lola Ahumada). Cuán fácil es rememorar, con ese panorama “La Tumba de Ligeia” o “La Caída de la Casa de los Usher”.

Sin grandes despropósitos de exageración artística, los responsables de dirección de arte consiguieron caracterizar estos tres ambientes, en los que el estado del alma de Aparició irá descendiendo, de uno a otro, para caer él también víctima de la desdicha de la que todos los suyos han sido presa.

Sólo con un buen uso del maquillaje, los tonos de luz y un buen juego de planos de cámara, se logra infundir una atmósfera siniestra y un estado que atrapa al auditorio, haciéndolo testigo en primerísima persona de las pesadillas de nuestro atormentado héroe, si es que así se le puede llamar. Con poco efecto visual (por ejemplo la negruzca sangre que los infectados arrojan vomitando al sucio orinal; o el esperpéntico acicalado de los cadáveres en sus ataúdes sobre la piedra yerma que se antoja tétricamente fría y húmeda únicamente de verla; los flashes de los relámpagos en las escenas de temporal, tópico invicto que no podía faltar en esta cinta; los ojos en negro del curandero cuando se revela como el mismísimo Demonio… ), se nos expone al terror, a la experiencia del miedo, a respirar la putrefacción, la inmundícia…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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