Con un comienzo trepidante marca de la casa y unas actuaciones más que respetables de prácticamente todo su reparto, Las brujas de Zugarramurdi consigue atraparte con cada uno de sus exagerados pasajes y descontrolada locura. En la película pasan tantas cosas y tan deprisa que no da lugar a un mínimo respiro aunque con la fortuna de que esto no supone un hándicap que le hubiera podido restar en su narrativa.

Lo mejor del film transcurre a bordo de un taxi camino de Zugarramurdi tras haber dado un golpe en una joyería en la céntrica Puerta del Sol madrileña. Toda la trama se va complicando cada vez más y más a la vez que van apareciendo personajes siniestros con su aporte tétrico-cómico e interpretados por habituales en el cine de De la Iglesia (Segura, Villén, Areces, Tallafé,…) amén de las susodichas brujas (Maura, Pávez y Bang).

Se mueve como pez en el agua Álex tratando temas tanto desde una óptica fantástica como es éste caso o como antaño hiciera en El día de la Bestia; así como de preocupaciones y reyertas más terrenales como en La comunidad o Crimen ferpecto. Es una virtud que tiene el director bilbaíno y que la sabe aprovechar muy bien sumando con sus excesos más aciertos que errores. Pero en esta ocasión su fiel exceso es el que le juega una mala pasada (y que le volverá a traicionar en Mi gran noche). La sensación es que la historia se va de las manos en ese alargado aquelarre final y que tanto De la Iglesia como Guerricaechevarría no saben culminar la historia con un acertado desenlace. Quizás no sea suficiente como para ponerle la cruz y sentenciarla, pero da pena que algo que iba tan bien no te deje en el cuerpo esa sensación de haber visto algo redondo.

Diferente, atrevida y reconocible en todos sus aspectos. Así es la película y así es el cine de Álex de la Iglesia. El sello que siempre le delata y que es algo admirable estemos ante obras mayores, menores o sin pena ni gloria.