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España España · Córdoba
Voto de Ziryab:
1
Acción. Ciencia ficción. Terror. Comedia Una ciudad está aterrorizada por miles de tiburones que han sido transportados por un huracán. Cuando los tornados se empiezan a formar, los mortíferos escualos comienzan su destrucción en el agua, la tierra y en el aire. (FILMAFFINITY)
27 de julio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida puede ser encantadora. Cuando menos te lo esperas va y te sorprende maravillosamente. No os engañe mi puntuación: ¡esta película hay que verla!
En mi imaginario particular del cutrecine no existía película peor que “Marabunta” (no confundir con la de Charlton Heston). Sí, amigos, amigas, aquélla en la que una legión de voraces hormigas asesinas era capaz de devorar el cuero cabelludo de un desdichado sin moverle un solo pelo de la cabeza, y de cubrirle respetuosamente con una manta al terminar el festín, y de procesionar el dedo del finado como un trofeo de caza... Los amantes de las cutrepelis saben que es un clásico. Cada vez que la ponen me la trago. La sorpresa de ayer fue descubrir que existe algo peor –o mejor, según se mire–. Sí, amigos, amigas, existe algo más infame, más delirante, más absurdo y, por añadidura, más desternillante que “Marabunta” y que cualquier cosa vista hasta ahora por mis ojos. Ese algo es “Sharknado”. La traducción sería algo así como “tiburón-tornado” o "tornatiburón", y sí, amigos, amigas, de eso se trata, de eso que estáis pensado: ¡un tornado de tiburones!
La sinopsis es insuperable: un maremoto provoca una serie de tornados en alta mar que, al succionar lo que pillan en la base, se cargan de tiburones y penetran hasta la costa californiana con los escualos dando rulos en el aire y sembrando el pánico entre la infeliz población. No importa que los lindos pececitos queden así fuera del agua ni que permanezcan horas dando más vueltas que un trompo: su voracidad no tiene límites. Rulan y rulan por el aire dando bocados a diestra y siniestra sin parar. Caen despedidos sobre las calles y sobre las casas con las bocas abiertas de par en par ansiosos por tragarse lo que pase por su lado. Nada se les resiste: ¡son capaces de caer sobre el techo de un coche en marcha, mantenerse arriba y abrir el techo a bocados! ¡Juas juas juas juas! Sí, amigos, amigas, ¡lo que os digo! O son capaces de tragarse en el aire a personas que caen de un helicóptero cual halcón peregrino cazando codornices. ¡Que sí, que sí! ¡Que es así! ¡Tal cual! ¿No os lo creéis? Pues vedla, por favor. ¡Vedla sin perder más tiempo! No os vais a arrepentir. Os aseguro que no habréis visto nada igual en vuestra vida. El final ya no os lo cuento para no reventaros la intriga, pero no tiene desperdicio. Es inenarrable. Los ojos se me salían de las órbitas del asombro y el estómago del vientre de la risa.
Hablar de la cutrez de las interpretaciones o de la peripecia familiar que adereza la no-trama no tiene ningún interés. Lo que tiene interés es contemplar hasta donde puede llegar el ridículo delirio imaginado tras una noche de borrachera y la osadía sin complejos de convertirlo película.
¡Qué risa! ¡No me reía tanto desde hacía tiempo!
Y ahora el dilema: ¿cómo carajos se puntúa una cosa así? Lo reconozco: le pongo un punto como podía haberle puesto diez. Eso sí: no tiene término medio.
Ziryab
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