En su día, delante de la entrada del cine de mi ciudad, decidí ver "Gran Torino" tentado por lo que yo llamo el sello Eastwood. No sabía nada de la historia, ni de lo que iba la película, ni siquiera me había enterado de que este genio del séptimo arte tuviera un nuevo trabajo en la cartelera. Pero todo ello me dio igual y ni me lo pensé demasiado tiempo, así que cuando compré mi entrada, ya sabía que la inversión iba a merecer la pena. No me equivoqué.
Para mí esta película forma ya parte de los grandes e inolvidables trabajos del bueno de Clint y me parece una obra de arte de principio a fin. Logra crear un personaje maravilloso, al que odias y amas por igual, con el que te sientes identificado o rechazas a partes iguales y eso dota a la trama de un gran encanto, porque el papel del viejo actor lo envuelve todo. Él es la película básicamente.
El mensaje además es precioso y sería muy bueno que calara bien hondo en nuestros corazones. Los prejuicios no son buenos, el racismo tampoco y "Gran Torino" nos da una lección, que convendría no olvidar.
Recuerdo que viendo esta película, sentado en mi butaca, me reí, me emocioné, sufrí, me indigné, me procupé, lloré, me enfadé, me alegré y así hasta el infinito, porque domina todos los registros, todos los sentimientos que puede experimentar un ser humano. Si una historia logra conseguir esto, es que debe de ser buena, ¿no?
Así que mi consejo no es ya verla, sino comprarla y tenerla bien guardada en nuestro salón para de vez en cuando, acudir a ella y comprender que el sello Eastwood, es sinónimo de cine del bueno.
Ya me contarán.