Este es el cine francés que me gusta. Más allá de la animación y del buen trabajo de los diseñadores, dibujantes, creativos de la imagen, aquí hay una gran historia, una bella historia, un agradable relato. Es también un muy buen musical, con la voz de Olivia Ruiz coqueteando canciones en francés y en español. Y es un retazo de historia a lo Hugo: con la mirada puesta en Lumiére y en Georges Méliès, en el circo, en la época de un cine que empezaba a desplegar las alas con el humor y el sentido de acompañante maravilloso de la existencia. Es un deleite visual y narrativo de principio a fin.
El asunto no podía ser menos esperanzador y triste a la vez. Jack es un niño al que hubo que se le tuvo que cambiar el corazón por un relojito de Cucu -sí, de esos de los que sale el pajarito a cantar las horas-. Con este corazón no se ama, con este corazón solo se puede deshacer la existencia. La imagen no es gratuita: sentimos que la marca la vida del siglo diecinueve y que por ello el aroma de la historia tiene es dejo de steampunk que también logra a veces maravillar. Una obra como esta es clave para verlo. Es un reloj, pero también es nuestro corazón. O no tendría sentido tratar de comprender que alguien se enamore y sufra y sienta y caiga y vuelva a poner las manecillas a andar.
El cine francés siempre me genera suspicacias ya acendradas. A veces logran retornar a lo mejor que han podido hacer, para clavarse de nuevo en el corazón. Este filme es la prueba de que su estética sigue viva, de que su talento no es solo una irreverencia insulsa, es una prueba de que lo mejor se puede seguir haciendo.