El primer contacto que tuve con Anton Crobijn fue a través de esa hermosa película llamada Control. En ella se retrataba la vida de Ian Curtis, vocalista de la banda de culto Joy Division. Pero puedo decir que ese fue el primer momento en el que quise saber más del director holandés, porque luego me daría cuenta de que muchas obras suyas habían atravesado el escenario de mi gusto musical y, en términos generales, de la historia de la música reciente. Sus fotografías son manifiestos de un arte que apoya otro, de la fotografía al servicio de la música. Y no solo fue darme cuenta de su papel en Joy Division y luego en Depeche Mode, sino también en la vida de U2, de Lou Reed, de Metallica, de Nirvana, de Tom Waits, de los Rolling Stones, de David Bowie, de Johnny Depp, con una estética muy particular que lo absolutamente original en sus planteamientos y bello en su filosofía de vida. Grandiosa la imagen de su participación en algunos vídeos de nuestras bandas favoritas, como ese cameo en el inicio de It's No Good, de Depeche Mode.
Lástima que el documental quede solo como un muestrario y que la trascendencia de esa vida esté precisamente enmarcada estrechamente, sin ahondar en los recorridos y posturas en las que se adentra el realizador.