Con esta octava entrega se soluciona uno de los síntomas de repetición que ya sufrían todas las anteriores secuelas y se cambia el terreno rural por uno urbano, nada más y nada menos que Nueva York. Las intenciones de Rob Hedden era ambientar prácticamente todo el metraje en Manhattan, de ahí el subtítulo de "Jason Takes Manhattan". Se pretendía rodar en el Empire State, Madison Square Garden... pero un límite presupuestario de última hora hizo que se reescribiera el guión lastrando a la aparición de Jason en la gran urbe solo en el último tercio del fin (que es lo mejor de la película).

"Jason Takes Manhattan" es un buen slasher. Trasladando la acción principalmente en un barco durante gran parte del film, se cambia los árboles y casetas de los bosques de Crystal Lake a un inmenso navío donde aunque se repiten muchos de los clichés repetitivos de anteriores entregas aquí se hace de una forma graciosa, logrando en todo momento un clima de comedia con las estrambóticas muertes que suceden, respetando en todo momento el aura macabra que una película de Jason Voorhees (nuevamente interpretado por el admirable grandullón Kane Hooder).

Pero lo mejor de la película se reserva para el final, con el inmenso placer visual que supone ver a un Jason pasado de rosca aniquilando como nunca en un escenario nada habitual en la serie, consiguiendo además algunos momentos realmente divertidos. Qué grande ese Jason anodadado viendo en un anuncio una máscara de hockey o asustando a los pandilleros, siendo esta escena para mí de las más emblemáticas de toda la saga.

Más de lo mismo, pero diferente. Buena secuela.