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España España · Córdoba
Voto de Manuel:
6
Drama Obsesionado con la búsqueda de una idea matemática original, el brillante estudiante John Forbes Nash (Russell Crowe) llega a Princeton en 1947 para realizar sus estudios de postgrado. Es un muchacho extraño y solitario, al que sólo comprende su compañero de cuarto (Paul Bettany). Por fin, Nash esboza una revolucionaria teoría y consigue una plaza de profesor en el MIT. Alicia Lardé (Jennifer Connelly), una de sus alumnas, lo deja ... [+]
27 de agosto de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay dos elementos sobre los que, fundamentalmente, pivota el éxito o el fracaso en el empeño de plasmar en una película la biografía de un personaje –sea éste del corte que sea-, éstos son el acierto en la elección de aquellos pasajes de su vida que se van a recoger en el desarrollo de la historia, así como el peso cuantitativo (metraje, minutaje) y cualitativo (intensidad y trascendencia dramáticas) que se va a dar a los mismos; y la capacidad del intérprete que asume el papel del personaje biografiado para diluir su identidad hasta el punto de convertirse en otra persona (ojo, no un personaje, sino otra persona: parece lo mismo, pero no lo es...).

Tanto desde un punto de vista, como desde el otro, Una mente maravillosa da en el clavo, y, en ese sentido, poco hay que reprocharle.

El recorrido temporal de la biografía es preciso y ajustado al perfil del personaje. Elude la infancia, cuyas claves son fácilmente asumibles desde el retrato que se dibuja en el punto de arranque –su llegada a la universidad-; fija el clímax dramático en la etapa de madurez personal del biografiado; y se remansa en una vejez a la que sólo la apuesta descarada por el “happy end” y una cierta precipitación, quizá fruto del afán por no extenderse demasiado en la culminación, le privan de una total redondez. Nada que objetar, pues, al respecto.

En cuanto al protagonista, Russell Crowe –cuya particular cosecha, abierta con el Globo de Oro, no ha hecho más que comenzar (y no tiene el Oscar garantizado por la mera circunstancia de que ya lo obtuvo el año pasado, y siempre es difícil repetir...)-, su interpretación no se desvía en lo más mínimo del tono general de la película: sobria, compacta y sin fisuras, con el toque justo de contención para evitar que el personaje se le vaya de las manos (algo nada complicado: los personajes de “loquitos”se prestan muy bien a tal accidente). Su falta de histrionismo hace el resto, y así cuaja un trabajo completísimo, aunque quizá no deslumbrante (lo que sí es realmente deslumbrante es el maquillaje del final: quizá habría que calificarlo, más bien, como orfebrería...).

Y eso es todo, o casi todo (me dejo en el tintero a Ed Harris o Jennifer Connelly, y quizá no sea justo, pero cada cuestión tiene su peso relativo...). ¿Mucho, poco? Ésta es una buena película, un buen producto industrial, tras cuyo visionado uno abandona la sala con el convencimiento de que la factoría hollywoodiense –de la que tan fiel exponente es su director, Ron Howard- no ha perdido ni los planos ni las técnicas para el buen funcionamiento de su maquinaria, pero, eso sí, flojea considerablemente en el departamento de patentes... De ahí que no pueda más que llevarme las manos a la cabeza oyendo ciertas proclamas acerca de la condición de obra maestra de esta película: ¿el que se volvió loco no era el personaje principal de la película...?

* Este texto data del 30 de enero de 2002, y le tengo un especial cariño, porque es el de mi primera crítica publicada en La Butaca, web de referencia de la crítica cinematográfica en Internet durante muchos años.
Manuel
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