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Voto de Fernando Polanco:
5
7,6
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Drama
Shinnosuke acepta casarse con Shizu con tal de poder estar cerca de su hermana Oyu, viuda y madre de un hijo. Las costumbres japonesas prohíben que Oyu se case porque su deber es educar a su hijo para que llegue a ser el jefe de la familia de su marido. Entre los tres se creará un extraño vínculo. (FILMAFFINITY)
8 de diciembre de 2009
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La señorita Oyu” (1951) Kenji Mizoguchi
“Para casarte con ella tendrás que secuestrarla y desaparecer”
Es un alivio poder girar el cuello a Este y Oeste, cinematográficamente hablando, y recibir distintos puntos de vista de las historias de siempre. A un lado, el poder del dólar, al otro, el pago en especias. Sería un error hacer un juicio de valor denostando la calidad del primero a favor del segundo (como suele oírse), o viceversa. Ambas corrientes agrupan virtudes y defectos.
Pero, sin duda, debemos estar agradecidos de que el cinematógrafo no apareciera al mismo tiempo ni de la misma forma en todas las zonas del planeta.
El giro de cuello que ahora me ocupa traslada nuestra mirada a la ciudad de Tokio. Es la década de los veinte, mientras el imperio de Japón se expande bajo la afilada batuta de Hirohito, un joven llamado Kenji Mizoguchi escala posiciones en la industria cinematográfica hasta dirigir su primera película “El día en el que regresó el amor”.
Pero de toda la nutrida filmografía de este conocido realizador me ocupará los siguientes párrafos una de sus mal llamadas “obras menores”: “La señorita Oyu”, un melodrama de principio de los cincuenta que contiene una sencilla y elegante historia de amor triangulada entre dos hermanas y un empresario.
(SIGUE SIN SPOLER)
“Para casarte con ella tendrás que secuestrarla y desaparecer”
Es un alivio poder girar el cuello a Este y Oeste, cinematográficamente hablando, y recibir distintos puntos de vista de las historias de siempre. A un lado, el poder del dólar, al otro, el pago en especias. Sería un error hacer un juicio de valor denostando la calidad del primero a favor del segundo (como suele oírse), o viceversa. Ambas corrientes agrupan virtudes y defectos.
Pero, sin duda, debemos estar agradecidos de que el cinematógrafo no apareciera al mismo tiempo ni de la misma forma en todas las zonas del planeta.
El giro de cuello que ahora me ocupa traslada nuestra mirada a la ciudad de Tokio. Es la década de los veinte, mientras el imperio de Japón se expande bajo la afilada batuta de Hirohito, un joven llamado Kenji Mizoguchi escala posiciones en la industria cinematográfica hasta dirigir su primera película “El día en el que regresó el amor”.
Pero de toda la nutrida filmografía de este conocido realizador me ocupará los siguientes párrafos una de sus mal llamadas “obras menores”: “La señorita Oyu”, un melodrama de principio de los cincuenta que contiene una sencilla y elegante historia de amor triangulada entre dos hermanas y un empresario.
(SIGUE SIN SPOLER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Un plano, una escena. Esa era la filosofía defendida por Mizoguchi y, para las idas y venidas amorosas de Shinnosuke, Oyu y Shizu, cada corte representa un punto de giro emocional. Es maravilloso seguir la cámara en sus numerosas escapadas en grúa de exteriores naturales a interiores, y viceversa. En gran angular, para aumentar la profundidad de campo, y con una puesta en escena calculada al milímetro, la narración se convierte en un continuo flujo de parajes naturales que rodean conciertos, liturgias, ceremonias y cortejos. El ansia de contemplación del creador llega a límites como en las escenas musicales, en las que asistimos a momentos de suspensión narrativa para recrearnos en las reacciones de los asistentes o en planos vacíos de habitaciones de la casa.
Todo con una solemnidad inmaculada y un hilo musical ininterrumpido cargado de melodías populares que asoman de vez en cuando en su faceta diegética. Envidiable la capacidad plástica de Mizoguchi (con un lógico pasado como pintor) que hace de cada plano una nueva definición de belleza dinámica. Composiciones, simétricas y preciosistas, ancladas en puntos de fuga que nos remiten siempre a una lectura agradecida; con una manía por el exceso de aire superior en la mirada a sus personajes, como si de un aura dispusieran; siempre utilizando los elementos arquitectónicos para enmarcar en el plano general.
A situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Y es que no olvidemos que el amor requiere (y merece) sacrificios, principal mensaje que nos transmiten las decisiones que remueven al trío protagonista. Aunque la conclusión que saco en limpio es que el amor familiar (entre las dos hermanas) acaba superando en sacrificios al amor bígamo convencional (de hecho, Shinnosuke acaba mareado entre las dos mujeres, indeciso y obcecado por la inercia). En este sentido, son las mujeres las que “cortan el bacalao”.
“La señorita Oyu” roza en muchos momentos el costumbrismo, la recreación de espacios de la época es tan realista que se puede adivinar incluso una intención documental. Pero el “¿quién sabe qué?”, la dosificación de información narrativa, es otro de los pilares conductores del drama. Desde el momento en el que Shinnosuke se enamora “maternalmente” de Oyu (¡vaya con el legado fílmico del señor Freud!) el conflicto se convierte, al igual que la solución a la que llegan los tres, en puro subtexto.
En definitiva, el visionado de esta cinta se digiere de forma tan pausada que uno ni se da cuenta de la “mala leche” de la que en realidad está cargado el drama empacado. Un ejercicio de ritmo, atmósfera y elegancia.
Todo con una solemnidad inmaculada y un hilo musical ininterrumpido cargado de melodías populares que asoman de vez en cuando en su faceta diegética. Envidiable la capacidad plástica de Mizoguchi (con un lógico pasado como pintor) que hace de cada plano una nueva definición de belleza dinámica. Composiciones, simétricas y preciosistas, ancladas en puntos de fuga que nos remiten siempre a una lectura agradecida; con una manía por el exceso de aire superior en la mirada a sus personajes, como si de un aura dispusieran; siempre utilizando los elementos arquitectónicos para enmarcar en el plano general.
A situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Y es que no olvidemos que el amor requiere (y merece) sacrificios, principal mensaje que nos transmiten las decisiones que remueven al trío protagonista. Aunque la conclusión que saco en limpio es que el amor familiar (entre las dos hermanas) acaba superando en sacrificios al amor bígamo convencional (de hecho, Shinnosuke acaba mareado entre las dos mujeres, indeciso y obcecado por la inercia). En este sentido, son las mujeres las que “cortan el bacalao”.
“La señorita Oyu” roza en muchos momentos el costumbrismo, la recreación de espacios de la época es tan realista que se puede adivinar incluso una intención documental. Pero el “¿quién sabe qué?”, la dosificación de información narrativa, es otro de los pilares conductores del drama. Desde el momento en el que Shinnosuke se enamora “maternalmente” de Oyu (¡vaya con el legado fílmico del señor Freud!) el conflicto se convierte, al igual que la solución a la que llegan los tres, en puro subtexto.
En definitiva, el visionado de esta cinta se digiere de forma tan pausada que uno ni se da cuenta de la “mala leche” de la que en realidad está cargado el drama empacado. Un ejercicio de ritmo, atmósfera y elegancia.