Un sheriff intenta ser senador deteniendo a delincuentes, lo cual le presenta como un ángel salvador ante una sociedad necesitada de seguridad. Pero su ambición sin límites puede podrir su alma y la de los que le rodean...

Western tardío que puede presumir de ser mucho más importante de lo que se le reconoce habitualmente y que reflexiona sobre el límite de la honradez, aquel punto en el que una persona deja de ser honrada vendiéndose para sobrevivir o alcanzar el poder y las riquezas.
Esta reflexión esencialmente se nos presenta mediante dos figuras: la del ambicioso y egoísta sheriff, que se dedica a matar sin piedad a los delincuentes de los que se sirve para agrandar su fama, esperando así alcanzar el poder, y la de un ladrón de bancos que se sirve del delito para lograr riqueza.

El director Douglas juega con el paralelismo entre los dos personajes de manera precisa, sin caer en maniqueísmos: deja claro que la labor del sheriff es necesaria, pero también nos enseña como un hombre puede vivir en un mundo de apariencias con el único objetivo de alcanzar el poder. Por otro lado deja claro que el ladrón comete delitos y es un criminal, pero no se trata de un asesino, es más justo con el reparto del dinero con los que le acompañan y sirve como coartada para la ambición desenfrenada y sin escrúpulos del sheriff.

Al margen de los planteamientos éticos, humanísticos de la obra cabe resaltar su notable y precisa planificación, su magnífica fotografía de exteriores ( magnífica visión de la naturaleza en la escena del tiroteo en la cabaña ) y su buen reparto.

Animo a que los espectadores vean este western, pues se trata de uno de los pocos ( junto a la obra maestra La venganza de Ulzana, el modélico El más valiente entre mil o Río Lobo, entre otros pocos más ) de esos años que mezcla la herencia narrativa clásica con nuevos planteamientos sin caer en lo burdo, en la más absoluta simplificación o en el efecto fácil.