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España España · Zaragoza
Voto de Paco Ortega:
8
Comedia Dos trotamundos franceses que, desde las afueras de París, deciden ir de peregrinaje a Santiago de Compostela, conocen numerosos personajes y viven situaciones estrechamente vinculadas a las creencias religiosas. (FILMAFFINITY)
16 de marzo de 2009
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta Luis Buñuel que para preparar el rodaje de esta película hizo previamente un estudio profundo acerca de la historia de las herejías, estudio que se había iniciado hacía años con la lectura de “Historia de los heterodoxos españoles”, de Menéndez y Pelayo. A lo largo de ese periodo, el maestro y su fiel guionista y ocasional actor, Jean Claude Carrière, no pararían de reírse a carcajadas. Porque “La vía láctea” es, por encima de todo, una película de humor.

En realidad es la que quiso hacer siempre Buñuel. Por eso, él mismo se sorprende de que el productor aceptara pagarle una gamberrada y de que el público y la crítica la recibieran después de manera bastante entusiasta. En las anteriores, un cura atraviesa una escena, los personajes se encuentran en el interior de una iglesia, un sacerdote dice una misa, etc. En todas hay una pincelada de sátira sutil, casi en grado cero, de la iglesia católica y de sus ilustres representantes. No hace falta ponerle a un clérigo unas orejas de burro para que su aspecto de clérigo sea ya absurdo, anacrónico y ridículo. Por eso, en esta película los impostores son los protagonistas, empezando por los jefes y siguiendo por las divisiones inferiores.

Y no solo los ortodoxos, también los herejes, tan impostores como los primeros pero con la valentía al menos de plantar cara a los que mantienen el negocio.

Crítica, pues, de alto calado. En un restaurante todos hablan de Jesucristo. Camareros y clientes sostienen una refinada conversación sobre la naturaleza del hijo de dios. Si el hijo de dios se presenta de pronto y pide un pedazo de pan lo despedirían seguro porque sus ropas no son las correctas para estar en ese mismo restaurante. Buñuel conocía bien este tipo de hipocresías sociales: las había visto en el colegio en donde tuvo la desdicha de estudiar el bachillerato.

Todo este material en manos de un director sin talento resultaría, en todo caso, una broma privada de mayor o menor nivel. En sus manos, se convierte en una feroz diatriba, rebosante de humor y de inteligencia cinematográfica.
Paco Ortega
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