Rivette propone una revisión sui generis del género negro, y a las “lagunas” argumentales clásicas de enredo noir añade elipsis de paroxismo caricaturesco y afrancesado. Se apilan detalles y escenarios que remiten a otras tramas, otros acuarios, otros jardines, otros macguffins diamantinos…

Se le achacará su condición de caprichosa narrativa abstrusa (es lógico, es previsible y es cierto), pero es un cine que se apoya no en el argumento –aunque éste exista- sino en el recurso expresivo puro a través del juego referencial (a películas y géneros) y la deconstrucción de claves.

Y ahí radica, en mi opinión, lo más disfrutable de la película: esos guiños cómplices que alteran las convenciones del género referenciado, el papier collé “novísimo” y asimétrico que exagera claves desde lo inclasificable, y las alteraciones en la estructura del relato (pareciera que se articula “in media res” o “extrema res”, aunque quién sabe de dónde viene esta historia o hacia dónde va).

Esa propuesta de lectura de texto fílmico experimental es lo más gratificante. Desechando una perspectiva convencional de implicación emotiva o narrativa, Rivette se lleva el argumento al terreno del enfoque personal y particular de cinefilia de vanguardia mezclando churras, merinas, y tintes detectivescos con ribetes fantásticos.

En ese recalcular de claves que se presentan subvertidas, trastornadas, en esa emulsión particular de elementos a priori reconocibles pero reinterpretados, en ese giro fantástico que evita la empatía del espectador mediante diálogos pomposos y puesta en escena aparatosa e ingenua a partes iguales, etc. Ahí se esconden –descifrables a través de síntomas más que de certezas- las virtudes de Duelle.