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Voto de Bloomsday:
7
11 de febrero de 2008
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Argentina-
"No cabe duda de que, tras las manifestaciones de este tribunal y, en mi caso, después del arresto y del interrogatorio de hoy, se esconde una gran organización."
En 1982 (fecha de estreno de este notable film), militares argentinos desembarcaron en las Malvinas. Ese momento supuso el remate, chapucero y perentorio, de la tablita, la noche de los lápices, La Escuela Mecánica de la Armada y demás obsequios de la dictadura de los Videla, Galtieri y filántropos varios. Jóvenes sin entrenamiento militar fueron reclutados para defender el orgullo patrio en el Atlántico Sur; un objetivo que no tenía más razón de ser que estirar la agonía de una crisis política y económica que ya tenía sentenciado el régimen militar. La prensa tergiversaba, alimentaba la sensación de victoria imposible, de orgullo nacional. Habían ganado el Mundial, ahora ganarían la guerra. Nadie daba explicaciones reales. Se perpetuaba la mentira sometida a una maquinaria incomprensible de control, tortura o engaño. Algo deforme sobrevolaba el cielo de Buenos Aires, algo incomprensible formado de medias verdades y violencia.
-El sicario-
"Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana."
Un asesino despierta. Empieza la incertidumbre, la paranoia; una búsqueda constante del sentido de lo que sucede entre tanta ambigüedad. Este asesino es argentino, pero también es la propia Argentina pese a su enorme coraza de kafkiano individualismo. Aristarain nos enseña el pataleo de un tipo que, cansado de no comprender, cuestiona lo que le rodea. Se hace preguntas y obliga a que nos las hagamos nosotros. Esta película es de nacionalidad argentina y del 82...
¿Vos creés que es casualidad pibe?
-Divagaciones-
"Los altos funcionarios se esconden. Sin embargo, éste está sentado en un trono. Todo es invención, -dijo Leni con la cara inclinada sobre la mano de K., -en realidad está sentado en una silla de cocina con una vieja manta de caballo cubriendo el respaldo y el asiento."
(...)
"No cabe duda de que, tras las manifestaciones de este tribunal y, en mi caso, después del arresto y del interrogatorio de hoy, se esconde una gran organización."
En 1982 (fecha de estreno de este notable film), militares argentinos desembarcaron en las Malvinas. Ese momento supuso el remate, chapucero y perentorio, de la tablita, la noche de los lápices, La Escuela Mecánica de la Armada y demás obsequios de la dictadura de los Videla, Galtieri y filántropos varios. Jóvenes sin entrenamiento militar fueron reclutados para defender el orgullo patrio en el Atlántico Sur; un objetivo que no tenía más razón de ser que estirar la agonía de una crisis política y económica que ya tenía sentenciado el régimen militar. La prensa tergiversaba, alimentaba la sensación de victoria imposible, de orgullo nacional. Habían ganado el Mundial, ahora ganarían la guerra. Nadie daba explicaciones reales. Se perpetuaba la mentira sometida a una maquinaria incomprensible de control, tortura o engaño. Algo deforme sobrevolaba el cielo de Buenos Aires, algo incomprensible formado de medias verdades y violencia.
-El sicario-
"Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana."
Un asesino despierta. Empieza la incertidumbre, la paranoia; una búsqueda constante del sentido de lo que sucede entre tanta ambigüedad. Este asesino es argentino, pero también es la propia Argentina pese a su enorme coraza de kafkiano individualismo. Aristarain nos enseña el pataleo de un tipo que, cansado de no comprender, cuestiona lo que le rodea. Se hace preguntas y obliga a que nos las hagamos nosotros. Esta película es de nacionalidad argentina y del 82...
¿Vos creés que es casualidad pibe?
-Divagaciones-
"Los altos funcionarios se esconden. Sin embargo, éste está sentado en un trono. Todo es invención, -dijo Leni con la cara inclinada sobre la mano de K., -en realidad está sentado en una silla de cocina con una vieja manta de caballo cubriendo el respaldo y el asiento."
(...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
(...)
Aristarain no emplea, cuando rueda, monitor para comprobar a tiempo real lo que graba; y esto encaja con mi idea de que hay una tendencia hacia lo manual en las escenas de esta película. Es una planificación que se aleja del encorsetamiento que a veces otorga la tecnología. Eso se observa en el movimiento de los actores y en el movimiento de la cámara; eso se nota, simplemente, en que cada plano recoge un pensamiento, un fogonazo de imaginación, y no tanto una traducción a imágenes automática y académica, pegada las estrictas necesidades del relato. Se detiene el director en la perspectiva manejable de lo artístico, en el hallazgo sencillo pero pretencioso a la vez.
Esa realización tan directa, artesana pero sin caer en la comodidad académica o en una excesiva austeridad, genera un clima de desasosiego a la hora de retratar los apartamentos, las calles, las carreteras... Todo está filmado desde la cercanía del que, conociendo el ambiente en que se mueve, al ser su país y su medio, se cuestiona qué hay de auténtica seguridad en la cotidianeidad urbanita. Hay proximidad en esta película (son pisos, coches y calles que todos reconocemos), pero no hay inmediatez porque Aristarain recurre a un ambiente de crispación y tensión mediante una cámara que es una forma de mirar y no un artefacto. Algo falla; algo se quiebra. La ciudad y los rascacielos aparecen como una extensión de esa gran mentira que era Argentina y de esa gran mentira en la que vive Luppi. En la calle la gente anda y hace sus compras, pero también hay espías en las ventanas y asesinos en las habitaciones. Tan fácil como una ganzúa, una pistola y ya está; nuestra seguridad se rompe siguiendo el dictado de algo que se nos escapa. Aristarain rueda los escenarios cotidianos como si fueran enigmáticos. Se cuestiona la seguridad de la ciudad y el hogar.
Como su protagonista, Aristarain se pregunta si esa ciudad, ese país, es lo que parece.
Aristarain no emplea, cuando rueda, monitor para comprobar a tiempo real lo que graba; y esto encaja con mi idea de que hay una tendencia hacia lo manual en las escenas de esta película. Es una planificación que se aleja del encorsetamiento que a veces otorga la tecnología. Eso se observa en el movimiento de los actores y en el movimiento de la cámara; eso se nota, simplemente, en que cada plano recoge un pensamiento, un fogonazo de imaginación, y no tanto una traducción a imágenes automática y académica, pegada las estrictas necesidades del relato. Se detiene el director en la perspectiva manejable de lo artístico, en el hallazgo sencillo pero pretencioso a la vez.
Esa realización tan directa, artesana pero sin caer en la comodidad académica o en una excesiva austeridad, genera un clima de desasosiego a la hora de retratar los apartamentos, las calles, las carreteras... Todo está filmado desde la cercanía del que, conociendo el ambiente en que se mueve, al ser su país y su medio, se cuestiona qué hay de auténtica seguridad en la cotidianeidad urbanita. Hay proximidad en esta película (son pisos, coches y calles que todos reconocemos), pero no hay inmediatez porque Aristarain recurre a un ambiente de crispación y tensión mediante una cámara que es una forma de mirar y no un artefacto. Algo falla; algo se quiebra. La ciudad y los rascacielos aparecen como una extensión de esa gran mentira que era Argentina y de esa gran mentira en la que vive Luppi. En la calle la gente anda y hace sus compras, pero también hay espías en las ventanas y asesinos en las habitaciones. Tan fácil como una ganzúa, una pistola y ya está; nuestra seguridad se rompe siguiendo el dictado de algo que se nos escapa. Aristarain rueda los escenarios cotidianos como si fueran enigmáticos. Se cuestiona la seguridad de la ciudad y el hogar.
Como su protagonista, Aristarain se pregunta si esa ciudad, ese país, es lo que parece.