Esta película es un monumento a la vanidad y la autocompasión. Es cursi hasta ponerse colorado. Va de una familia adinerada que sufre mucho, pero mucho, tras la muerte de su hija pequeña, que es todo un primor. Pero sufren en silencio, todo muy para el interior, como queriendo decirnos que hay algo dentro bajo unas vidas tan superficiales. El papá (Duchovny), siempre fue incomunicativo, y lo seguirá siendo, pero como es un tipo chupi-guay en lo profundo de su corazón, y además es arquitecto (hace casas para ricachones como él, pero eso es lo de menos) va a montar un hospital infantil para que los niños de todo el mundo (bueno, tal vez sólo para los papis que lo puedan pagar) se curen de sus enfermedades. Y, diantres, parece que las autoridades no están por la labor, y será él el que tenga que batallar para conseguir los milloncejos necesarios. Ah, pero el hospital tiene que llamarse como su niñita, para que todos sepan y nunca olviden a quién tienen que agradecer tanta generosidad. Si, señores, estas son los bellísimas personas que hacen que este mundo sea cada vez más hermoso, son los que forjan el espíritu de un pueblo que sólo desea amor, salud y felicidad para todos.