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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Drama Un ciudadano francés, ya sexagenario, saca una importante suma de dinero de un banco suizo para sufragar su transplante de corazón. Después de la operación, viaja a Corea del Sur para discutir sus planes de construir el barco de sus sueños. Más tarde, el hombre continuará con un viaje hasta Tahití en busca de un hijo perdido. (FILMAFFINITY)
17 de marzo de 2013
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como en una cierta tradición del cine moderno (Bergman, Fellini, Tarkovsky, Angelopulos), la peripecia de El intruso (película que no tiene nada que ver con ninguno de los autores citados) se mueve entre el sueño y la realidad sin distinguir con claridad sus límites. Junto a esto, El intruso desconcierta por su ausencia de ideas, explicaciones, continuidad psicológica: no hay aquí ningún camino stendhaliano, el espejo se ha quebrado (en la sala de montaje) para reflejar, con gran intensidad, sensaciones aisladas. La película parece forzarnos a mirar muy de cerca, aunque no seamos capaces de ver, como voyeurs (la segunda escena nos introduce a través de una ventana) que no poseyeran la clave de muchas de las cosas que pasan ante sus ojos.

Para resumir el debate planteado tras la proyección en el cine-club de la filmoteca: esta estrategia narrativa ¿es una mera pose para convertir en arduo algo muy simple o, por el contrario, pone en imágenes algo que no podría ser mostrado de otra forma?

A mí me parece que la dificultad no es impostada: la complejidad intelectual hay que buscarla en el planteamiento de la película, en las elecciones y renuncias asociadas al mismo. Ello con independencia de que lo que se muestre sea, en definitiva, de gran simplicidad, mezclando los sentidos metafórico y somático del corazón: el retrato de un hombre sin corazón que está enfermo del corazón, y que sufre un rechazo tras un trasplante, como si el ritmo de su vida fuera irónicamente incompatible con ese órgano ajeno, que, a diferencia del suyo propio, es capaz de sentir…

Mientras la veía (el ritmo decae hacia el final), El intruso me recordó a Profession: reporter, de Antonioni. No desde luego en cuanto a su estilo visual, pues la planificación ceñida y fragmentada de Claire Denis está en las antípodas de los larguísimos y distantes planos-secuencia de Antonioni (como Tahití del Jura franco-suizo), pero sí en el núcleo argumental: un hombre que, de una u otra manera, se convierte en otro; y también en el punto de vista: oblicuo y de una austeridad sin concesiones, centrado en los tiempos muertos y en el reflejo de puras percepciones sensoriales, que no son procesadas para llegar a emociones e ideas. Así, y cada una a su modo, ambas películas se apartan del relato convencional. La película de Antonioni es más abstracta y puramente metafísica; la de Claire Denis me parece (como decía Raquel) esencialmente psicológica.

Podría decirse que El intruso tiende a que el espectador mire como un niño (no, evidentemente, en un sentido sentimental, sino como un ser ajeno a los conceptos, un mero receptor de sensaciones). En el inconsciente todo debe de ser simple y pueril. Cuando nos enfrentamos al inconsciente, ¿tenemos otra opción que ser como niños?

Manteniéndose fiel a este planteamiento, la película, femenina y orgánica pese a su aspecto de puzzle, consigue evocar el sentido del tacto a través de la mirada, el erotismo como un territorio más amplio que lo genital. El bosque, tan presente en la primera parte, se carga de asociaciones sexuales desde la segunda escena, recordando a André Breton y la tradición surrealista.

Si se necesita cerrar el conjunto otorgando un sentido simbólico, de representaciones de la mente, a algunas de las figuras enigmáticas que aparecen en la trama, la rusa representaría el acceso al inconsciente, el enemigo interior; mientras que Béatrice Dalle encarnaría, quizás, a la muerte, por la que el protagonista (que a nosotros se nos parece físicamente a Dominique Strauss-Kahn, pero cuyas oscuras ocupaciones están al margen de la política) se siente freudianamente atraído, en una figura que parece próxima a la reina de las nieves del cuento de Andersen, reina de un territorio en el que no existe la emoción: “No puedo besarte, porque de lo contrario te mataría.”
el pastor de la polvorosa
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