Esta película entreteje los traumas sociales y los íntimos a través de la historia de dos amigas adolescentes que viven su paso a la madurez en un mundo que se enfrenta al abismo de la guerra nuclear (año 1962, en plena crisis de los misiles), en medio de una sociedad entretenida en pisotear los tabúes morales del pasado, especialmente los relacionados con el sexo, y esto antes de haberse preguntado si tienen algún sentido más allá de la mera prohibición.

La historia explora los efectos de este clima moral y social sobre la personalidad de las jóvenes protagonistas, con una mirada de mujer que desvela el machismo latente en aquella liberación sexual.

Ginger y Rosa tiene algún eco de Secretos y mentiras, la película de Mike Leigh (con la que comparte el actor Timothy Spall, que aparece aquí como secundario). El final no llega a ser tan catártico y liberador como el de aquella, y deja una cierta sensación de frialdad.

Quizá para compensar esa contención emocional, la imagen está muy trabajada, y testimonia el pasado de la directora en el mundo del cine más experimental. El montaje es rápido, como si la forma quisiera reflejar el nerviosismo propio de la adolescencia, y nos presenta imágenes constantemente bellas e inventivas, fotografiadas a menudo a contraluz y en clave alta.

La interpretación de Elle Fanning, que transmite perfectamente la fragilidad y confusión de la protagonista, añade el toque de calidez que quizá, de otra manera, le habría faltado a una película sin duda brillante y honesta, pero que no llega a conmocionar.