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Voto de el pastor de la polvorosa:
7
Tierra de nadie
2012 Portugal
Documental, Intervenciones de: Paulo de Figueiredo
7,1
208
Documental Nos acerca a la turbadora y fantasmagórica figura de Paulo de Figueiredo, soldado y mercenario profesional que, desde los años sesenta, desempeñó la tarea de asesino a sueldo en los más diversos rincones del planeta, desde el África en pleno proceso de descolonización al País Vasco, donde trabajó para los GAL, asesinando a terroristas miembros de ETA. (FILMAFFINITY)
19 de enero de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al principio de la película, cuando relata su experiencia en Angola, el protagonista Paulo de Figueiredo cuenta una microhistoria que parece de Borges: en una aldea vieron a un hombre que parecía estar cocinando; cuando se inclinaron sobre el recipiente, vieron la imagen de un segundo hombre, enemistado con el primero por una cuestión de celos, que sangraba a causa de los golpes que aquel le daba con su utensilio de cocina; llegados al pueblo del segundo, comprobaron que estaba enfermo. El narrador concluye: “los matamos a ambos, porque no creíamos en lo sobrenatural”.

A semejanza de la también reciente y mucho más famosa The act of killing, Tierra de nadie es un documental que se centra en el lado de los verdugos: en este caso, un mercenario portugués que prestó servicios en Angola, El Salvador y el País Vasco, entre otros lugares. Pero, a diferencia de aquella película, no hay aquí “actuación” en el sentido más espectacular de la expresión; ningún intento de recrear los hechos, ni de juzgar al protagonista e imponerle penitencias.

Tierra de nadie está hecha con honestidad y maestría minimalista. Su honestidad se manifiesta desde la imagen que muestra, al principio, el escenario vacío en que tendrán lugar las entrevistas: un estudio fotográfico improvisado en una habitación de una casa abandonada y en ruinas, en la que se ha dispuesto una silla y un fondo de tela negra. También en el planteamiento que expone la voz en off de la propia directora: dejar al protagonista que diga su verdad (la de él, no la de ella ni la de nadie más). Saber escuchar: parece simple, pero...

Como si siguiera la senda de Straub y Huillet, Salomé Lamas apunta sólo a lo esencial, sin obviar la naturaleza de representación de lo que nos muestra. Divide el relato en capítulos numerados, que recogen tomas continuas del entrevistado (algunas de apenas unos segundos, otras más prolongadas), al que vemos sentado en la silla siempre desde el mismo punto, alternando el plano medio, el general y el primer plano; el ángulo parece elegido en función del contenido de las preguntas. Estas no las escuchamos: la directora sólo aparece en off, al término de las distintas partes, en forma de notas a pie de página.

En algunos momentos la mirada de Paulo de Figueiredo centellea extrañamente; en el contraplano ausente, la mirada de Salomé Lamas testimonia algo que acaso va más allá del respeto: la película refleja, en cierto modo, un proceso de fascinación mutua. Una fascinación que, en el caso de la directora, no supone el olvido de las contradicciones y el lado oscuro del personaje.

El resultado de esa confluencia de miradas es un logrado retrato tenebrista, como un cuadro de Ribera. Un retrato que nos muestra a la vez el exterior del personaje y su punto de vista: su peculiar ética del trabajo, sus principios, su lucidez, sus prejuicios y su fanfarronería, sus justificaciones y sus paraísos perdidos; y deja en el aire una pregunta: ¿cuánto vale la vida de un hombre?
el pastor de la polvorosa
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