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Voto de el pastor de la polvorosa:
6
Drama Un sacerdote (Michael Lonsdale) asiste impotente a la desintegración de su parroquia, cerrada para siempre al público. Ese mismo día, un grupo de inmigrantes clandestinos se refugia en la iglesia. El cura decide concederles asilo y y entregarse al cuidado y protección de esas gentes. Su vida, que reposaba hasta entonces en la palabra de Dios, toma una nueva dirección. (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Ermanno Olmi es una parábola humanista que parece fuera de época: resulta extraño pensar que es contemporánea de Tabú, Holy motors, Django desencadenado... Il villaggio di cartone insiste, con mayor despojamiento, en la mirada crítica hacia las certezas de la ideología que estaba en el centro de su anterior título, Centochiodi: ambas películas forman una especie de díptico que podría glosar estas palabras de Heidegger: “La fe que no se expone constantemente a la posibilidad de la incredulidad no es fe sino comodidad”.

Frente a esta actitud de fijar un convenio que da todas las preguntas por contestadas, Olmi insiste, a sus ochenta años, en seguir preguntando.

El protagonista es un cura anciano y enfermo, cuya parroquia desconsagrada y despojada de imágenes sacras (las escenas iniciales muestran cómo unos operarios arrancan el altar, descuelgan el cristo, como en una performance que recuerda a la de los cien clavos que abría la película anterior) se convierte en centro de caridad.

Tras la retirada de las imágenes de la iglesia, el cura contempla en su viejo televisor sin sonido un cayuco medio destruido en una playa desierta, cuyo mástil desvencijado muestra el signo de la cruz.

La película no es realista, y transcurre en un lugar incierto: en el exterior se escuchan ruidos de aviones y disparos, y en el interior los inmigrantes etíopes hablan, doblados, en perfecto italiano. Esto nos puede gustar más o menos, pero no debemos considerarlo un defecto de inconsecuencia: es algo que forma parte del planteamiento, como la convención de que los cuervos o los zorros hablen en las fábulas tradicionales.

La película elige hablarnos desde la abstracción, aunque apunte a blancos bien concretos. Pero su deliberada simplicidad, su tono de fábula moral fuera del espacio y el tiempo, y su voluntad (lograda) de belleza dejan finalmente un poso de insuficiencia, como si no fuera capaz de llegar más allá de lo que promete su escena inicial.

Quizá Olmi cae también presa de otra ideología, la humanista, menos reductora que las que critica... pero ideología al fin y al cabo; creo que Il villaggio di cartone sería más interesante si, además de las barreras exteriores de la religión institucional o la política, echara un vistazo al lado oscuro de nuestro interior, esa gran barrera submarina que tantas veces hace difícil o imposible la comunicación ideal soñada por el humanismo.
el pastor de la polvorosa
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