Entre los brotes ingenuos están la mirada que Susana Campos con una turbia expresión y en primer plano dirige a la futura víctima del crimen, lo cuál ya hace sospechar demasiado pronto al espectador de lo que viene después. También resulta ingenuo el hecho de que la millonaria asesinada no grite cuándo le clavan el cuchillo pues si lo hubiera hecho lo habrían oido desde abajo los invitados a su fiesta de cumpleaños. Y en la parte maliciosa está la escena inicial donde un chico de compañia acompaña a una distinguida extranjera a un local de espectáculos donde su bolso será robado en un momento de la película por otro chico encarnado por alguien que no es otro que Oscar Monzón, actor canario que tuvo una carrera efímera y que en ese momento pudo representar una gran promesa del cine español.