El tratamiento fotográfico imprime una atmósfera particular a las distintas escenas de este film policíaco que estando construido desde una base convencional eleva su interés precisamente gracias a la preocupación estética revelada por un realizador que pasó a la historia del cine español como uno de sus artesanos más dignos. La puesta en escena en esta película es más convencional de lo que luego fue habitual en Lazaga careciendo por ello los movimientos de cámara de esa precisión que definia tan bien el estilo de un cineasta que se aficionó a experimentar con la cámara a medida que ganaba veteranía. Dirige con acierto a Mario Berriatúa que fue uno de los actores más eficientes y distinguidos del cine español de los años 50 y que volvería con papeles más secundarios a intervenir en algún que otro film más de Lazaga. Por su parte María Asquerino revela esa fuerza y ese estilo tan peculiar que la convertirían en una actriz muy especial. A nivel narrativo el film resulta ágil y tal vez sea porque todo se cuenta sin alargar innecesariamente los diálogos y centrándose sobre todo en la fuerza que tienen las imágenes incrementándose el interés en las escenas nocturnas y sin prescindir de una cierta delicadeza dentro de ese realismo bien controlado que tiene la obra. Dentro del largo esplendor que conoció el género policíaco en España este film tiene reservado su hueco.