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España España · Badajoz
Voto de Weis:
5
Romance. Drama La historia tiene lugar en el siglo XIX y explora las relaciones entre los miembros de la alta sociedad rusa. Ana Karenina, una mujer de la alta sociedad que se enamora del joven y apuesto oficial Vronski, abandona a su esposo y a su hijo para seguir a su amante. Nueva adaptación de la novela de León Tostói. (FILMAFFINITY)
12 de marzo de 2013
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última adaptación cinematográfica de la novela homónima de León Tolstoi, dirigida por el británico Joe Wright y con guión adaptado del célebre Tom Stoppard, supone un pomposo y grandilocuente espectáculo de regocijo visual y artificio imaginativo que se reafirma en la suficiencia logística de esta época para no escatimar ni un ápice de sus ambiciones técnicas y su arrogancia artística a la hora de establecer un nuevo tour de forcé respecto a la fuente literaria.

La acción tiene lugar en Rusia en tiempos del zar Nicolás I. Narra la historia de Ana, una mujer de la alta sociedad casada en matrimonio de conveniencia con Alexei Karenin, aristócrata y funcionario de alto rango. Tras conocer al conde Vronky, se enamora de él contra voluntad. Wright se revela como un excelente generador y adaptador de las emociones más intensas que caracterizan la novela, pues esta entrega aborda de forma quirúrgica la conmoción que produce en el ánimo de Anna el súbito descubrimiento del amor y la pasión, ausentes hasta entonces en su vida. Por fidelidad a este amor, la siempre pasional y entregada Keira Knightley sacrifica posición social, nivel económico, el honor personal y el reconocimiento público. El marido, encarnación de la crueldad, reacciona con ira incontenida negándole el divorcio y sometiéndola a humillación. El torbellino de pasiones desplegado condena, con abrumadora elegancia, la doble moral y la hipocresía de la alta sociedad, el culto a las apariencias, el amor convenido por intereses ajenos a la pareja y la represión del amor sincero puesto en tela de juicio y sacrificio.

En suma, esta nueva revisión literaria de Joe Wright cumple los estándares mínimos que se pueden esperar tras Orgullo y prejuicio y Expiación: inapelable esmero pictórico y plástico reconstruyendo la época, sus costumbres y tendencias; respeto, en la medida de los intereses comerciales, a la fuente literaria y un plausible atrevimiento en la incorporación de matices y trasfondos originales en los personajes, su interacción en el relato, y la puesta en escena.

Sin embargo, en un film de estas características sus virtudes actúan como hoja de doble filo para ser relacionadas íntimamente con sus mermas. La extrema comunión espiritual con el drama costumbrista, en términos de fidelidad escenográfica y humanista, provocan en consecuencia un texto prolijo y una narrativa fatigosa, que se acepta y se digiere como impostada y relamida.
Sin olvidar sus inevitables y sorprendentes momentos de belleza e hipnotismo visual, la puesta en escena de Wright se antoja artiza y cansinamente teatral, adaptando el culturalismo sin alma de la época contextualizada con rigor y precisión pero también con morosidad y hastío. Su tono y ritmo operísticos buscan persistentemente el asombro y el impacto a través de la gravedad textual y la mastodóntica maquinaria escénica, alejando la mirada del espectador, abrumado y exhausto, e impidiendo que exhale empatía emocional o humana.

A pesar de las interesantes aportaciones antes mencionadas del director británico, se echa en falta que las mismas no se perciban como los frecuentes modelos de producción hollywoodiense para hacer caja y asegurarse el prematuro Agosto. Reconozco el riesgo en los efectos de conseguida tristeza melodramática y el despliegue de fuerzas y sentimientos agravados que van y vienen por la pantalla, pero los mismos no transmiten la naturalidad orgánica del que obra bajo un sentir de pureza clasicista. La película carece de condición personal y de intimidad creativa, conformándose con una investigación formalmente aceptable de los valores y condicionantes más relevantes y programáticos de la novela. Y esto, algunos dirán, es más que suficiente como cine comercial que es. Pero como espectador, hay ocasiones en las que uno debe pedir peras al olmo esperando encontrarlas. Ansiando ver, tras ese academicismo abigarrado y colorista, un telón de fondo que te brinde una reflexión eterna, un secreto insondable o una fábula bienintencionada. Atributos que no acaban de percibirse o lo hacen a modo de eco lejano en el horizonte.

En definitiva, propuesta que ni desagrada ni conmueve, ni indigesta ni abastece. Se mantiene en la medianía de sus pretensiones y evita tambalearse en exceso en la utilización de algún que otro vertiginoso recurso de tributo al teatro como eterna representación de la vida y lo intangible. Puestos a encarar la raíz más existencial de esta tragedia rusa, siempre es mejor acudir a las líneas del propio Tolstoi para satisfacer las inquietudes y profundidades de su eterna resonancia moral.
Weis
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