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España España · Badajoz
Voto de Weis:
6
Drama Lorenzo es un adolescente de catorce años que engaña a sus padres con la coartada de que se va a esquiar a una estación con unos amigos para, en realidad, pasar esos días en el sótano abandonado del propio domicilio familiar. Allí planea vivir en compañía de sus libros de terror y fantasía. (FILMAFFINITY)
26 de julio de 2013
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi 9 años después de su excelente Soñadores, Bernardo Bertolucci, con setenta y dos años y en silla de ruedas, demuestra con Io e Te, la adaptación de la novela homónima de Niccolò Ammaniti, que continúa dando muestras de plenas facultades a la hora de representar los temas que han caracterizado, en términos generales, gran parte de su carrera: la adolescencia, la familia y la conflictiva relación entre sus miembros, la incomunicación y, por supuesto, la soledad movida por un espíritu libertario de rupturismo individual.

A través de los ojos de un adolescente de mirada y mente inquietas, que decide enclaustrarse en el sótano de su casa para lograr el tan ansiado espacio que necesita sobre el mundo, Bertolucci se recrea como su joven alter ego ficticio para continuar retratando sus obsesiones emocionales más características en relación reflexiva con el séptimo arte, algo de lo que su anterior obra se veía claramente salpicada. El proceso creativo del artista rebelde e insomne, y también comprometido, requiere de una ausencia total, de un cataclismo que extinga temporalmente la vida, para elucubrar una hazaña imperecedera: el paso hacia nuestra perenne madurez. Nuestro protagonista se refugia; esconde su cuerpo y da salida a sus ideas. Se deja llevar por el aprendizaje y la aprehensión, libre de maestros y varas de madera, de la literatura clásica, de la música independiente moderna, tomando a estas como subterfugio, como una manta calentita que abriga a aquel sabedor de que no necesita más. Quien nunca ha pasado por esa etapa en su vida, es que nunca ha nacido.

Bertolucci narra una no historia sobre la deconstrucción de la juventud que se señala a sí misma con el dedo como contradictoria, narcisista y egomaníaca, asumiendo que dicho estadio de rebeldía no es sino aquel que dicta, llamémoslo, la subjetivización del alma.
Esto, como suele ser habitual en el italiano, actúa como artefacto dramático que logra una gran variedad de matices psicológicos a los ademanes y actitudes espontáneas injustificadas de sus creaciones más identificativas.

Pese a la aparente pedantería formal de dichas abstracciones, que se han convertido en su sello autoral a plomo, este fenómeno de singularización de los caracteres, en actitud aversiva hacia cualquier convencionalismo, me evoca a los “surfistas” franceses de la década de los cincuenta, que bajo la denominación Nouvelle justificaban que los personajes que veíamos gritar, correr y bailar por la pantalla no eran sino coartadas de dichos creadores acuáticos para retratarse a sí mismos, en el esplendor de aquello que eran y de aquello que querían ser, rompiendo la cuarta pared a base de confesiones íntimas, deseos y anhelos. El paralelismo que veo con Bertolucci hacia este fenómeno me resulta incuestionable.

Io e Te es una película con la que, en definitiva, el excelso director italiano parece poner el contrapunto a una carrera caracterizada por vulnerar los cánones del entretenimiento intrínsecamente adheridos al cine. Véase aquí, la acción se desarrolla, en gran medida, dentro de un solo escenario, reducido y oscuro, en el que la acción es teatralmente limitada, dejándose llevar por las agravadas histerias espontáneas de los adolescentes. El carácter de inmovilismo narrativo nos hace creer que ni la película ni los personajes van a algún sitio.
Estos últimos no se trasladan; se estancan y se afligen por ello. Ergo la aparente retórica plúmbea y artificiosa que sale de sus bocas sería una lacra si no reconociéramos que el retrato que se nos ofrece es el de la cerrazón enfermiza como sentido de la vida, como concepto vital.

Hay quienes verán en esta última película de Bertolucci sus habituales dosis de estridencia gafapasta y el habitual tono moroso de su falta de explicaciones pero, con o sin depresiones, el viaje que nos propone, indudablemente más espiritual y catárquico que físico, supone una proyección de relativismo subjetivo que presenta un obvio sentido de la paranoia personal más orgánica e identificable de lo que cabría esperar, algo que concede a la película una honestidad inestimable.
Weis
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