Si eres un apasionado por el mundo del monopatín, esta es tu obra. Te gustará porque enfoca a la perfección al usuario tipo, los sueños o aspiraciones básicas de cualquier jovenzuelo que se apoye en su verdadera familia: los colegas, el deporte de “estrangis” y el barrio, sacándole punta a lo que hay, que suele ser poco, por no decir nada.
Es una historia típica de superación con dosis monumentales de esfuerzo, pero también de niños a los que la fama les sorprende y les abrasa, les alza o les hunde, les supera al fin y al cabo. Drogas, traición, competición, amistad y skateboard, mucho skateboard, todo en uno. Quien ofrezca más antes debe lavarse la boca, aquí no se viene a decir mentiras.
Hasta aquí hablé al apasionado, ahora hablo al neófito. El documental se deja ver, para qué engañarnos, interesa la historia que cuenta, como interesaría la de cualquiera con cierta miga, pero tenemos la sensación de que el tema no daba para tanto, que se hinchó en demasía. Qué sí, que se dieron a conocer y ganaron pasta, pero, salvo excepciones, en un círculo reducido y para nada global.
Tampoco las relaciones intrínsecas se exploran con profundidad. Por ejemplo, la traición (no desvelo nada) está poco tratada, dejando al espectador con la duda y con ganas de saber más. Parece que lo importante son las fotos, el montaje y acabar la historia en 80 minutos.

En definitiva, si quieres saber cómo comenzó el movimiento skate moderno, aquí te darán pelos y señales, pelos y fotos, pelos y testimonios, por tanto, todo.