El arranque de Mil Máscaras como luchador y superhéroe fue, cuanto menos, discreto y algo bizarro. Es un niño de la guerra -¿de qué guerra?- rescatado por cuatro sabios jubilados para ser formado en todo tipo de conocimientos y en lucha libre. Vamos, algo así como cuatro Shazams o cuatro senseis. Como Marcelino Pan y Vino, sin pan ni vino ni frailes. Tras hacer un juramento de superhéroe, cogerá su avión -el Milmáscarasplano- y llegará a México a enfrenarse a unos mafiosos que controlan las apuestas deportivas en los combates de enmascarados ¡Vaya manera de salvar el mundo!.

Así que vamos a tener demasiados combates, con un cambio de máscara -por eso es Mil Máscaras- y lucirá su apolíneo cuerpo -en esos supera a Santo que era más armario- con unas coreografías de combate un poco procaces y raritas. Pegarse con los malos una y otra vez ... llega a cansar. Y eso que sale Fernando Osés y Franquestein, dos fijos en esto de hacer de malos. Nos meterán musica ye-yé, melenudos con casacas y chicas de pelos fascinantes moviéndose como posesos, como si estuviesen en Londres en Carnaby street. Pero ni con esas, el filme se hace pesado, le faltan malos de categoría. Y algo mas de fantasía. Alguna vampira que otra. Con el tiempo ...