Película de corte clásico, bien dirigida por Alfonso Corona Blake, más próximo a los filmes de terror de los años 40 y 50 estadounidenses que de los de la Hammer británica o al terror subidito de tono europeo. Una versión mexicana de "Los crímenes del Museo de cera" bastante digna, sin nada que envidiar a la serie B hollywoodiense.

Brilla, y mucho, Claudio Brook como el maléfico e intrigante villano, de andares y porte elegante, una mezcla de Vincent Price y de John Carradine, todo carisma, para crear una némesis de Santo de las que no se olvidan. Una interpretación brutal, incluso para un filme de este subgénero.

En estos filmes, Santo sigue siendo una especie de Bruce Wayne/Batman, un enmascarado justiciero que apoya a la policía y tiene su propio laboratorio, su centro de operaciones secreto, su Santomóvil y su sistema de comunicación inalámbrico con las autoridades. En esta entrega, dicho sistema tendrá su papel.

Como en casi todos los filmes de Santo, aparecerá el luchador y guionista, el cerebro gris en la sombra de esta franquicia, el español Fernando Osés, como masilla/matón del malvado doctor.

Un museo de cera en una villa mexicana, con un sótano excavado en roca donde se encuentran algunos de los monstruos cinematográficos, pero no todos. Porque este Doctor es una mezcla de loco con el Doctor Moureau, modificando los cuerpos para crear sus propios monstruos, dotándoles de apéndices y aspecto animal.

Una buena producción, más que digna y muy superior a otras del Santo. Aún no había llegado la decadencia setentera y el erotismo zafio.