Un quiero y no puedo. Una historia, que sobre el papel puede ser potente, pero que con su pobre desarrollo, a causa de sus pocos medios, naufraga por su falta de credibilidad.

Es cuestión de escalas. No hay quién se crea que los "supremacistas" blancos que presentan sean un peligro letal como si fuesen bandas de pandilleros. Más bien parecen cuatro zumbados que se retroalimentan en sus fobias. Hay una secuencia en la que se cae todo el filme: la presunta multitudinaria manifestación supremacista por las calles y la respuesta ciudadana. Sin embargo, no hay suficientes figurantes. Más bien parece una charanga de barrio, donde unos 30 supremacistas se pasean por una calle de pueblo en la que apenas hay una línea a cada lado de contrarios chillándoles. ¿Eso es una manifestación multitudinaria? ¡Si son cuatro pringaos! Además, cuando empiezan los limitados disturbios, los neonazis, o al menos su líder, sale por piernas. ¿Estos son los peligrosos supremacistas? ¡Si hay más tensión en una manifestación de jubilados! Otro punto sobre los neonazis del filme: en su campamento, también muy cutre con una cabaña y dos tiendas, se ve a cuatro tipos con sobrepeso que no saben ni manejar un arma o preparar un campo de tiro. Nadie con formación militar ¡Si parecen personajes de Torrente! Resulta evidente que la falta de medios incide en la calidad del filme. Por otro lado está el guión con un Radcliffe que va y viene cuando quiere hablar con su superior del FBI sin que nadie sospeche. No hay emoción alguna. Nada. Y la resolución es de garrafón.

Radcliffe mantiene la misma expresión todo el filme. ¿Es por el personaje o porque no da más de sí? El resultado es un filme frío, sin un ápice de emoción ni de tensión, demasiado lineal y telefílmico y con unas interpretaciones lastradas por un guión torpón y poco creíble.