Descaradamente inspirada en la novela "El Mundo perdido" de Arthur Conan Doyle, aunque situada en Nueva Guinea y no en Sudamérica, unos aguerridos militares y científicos estadounidenses en busca de un cohete extraviado, descubrirán una meseta llena de flora y fauna antediluviana. Como película de aventuras, de un viaje de destino incierto, con peligros acechantes, resulta agradable de seguir, sin interludios románticos innecesarios- no hay protagonista femenina - centrándose en las dificultades que se encontrarán para cumplir su misión.

En el apartado técnico, el cambio de fotografía en B/N, de gris a azulada, cuando arriban a la meseta, es original, y la ambientación de la misma, aunque sea de estudio, sustenta de manera aceptable el filme. De hecho, todo son decorados - los riscos, precipicios y demás- siendo bastante resultones. Los stop-motions son quizás lo que más chirría, no son excesivamente brillantes, aunque es de agradecer que no abusen de imágenes de lagartijas con objetivo macro, algo muy en boga-por lo barato- en los filmes de serie B de aquellos años. El resto de efectos especiales, en maqueta o incuso en estudio -el terremoto- también resultan aceptables.

Diálogos viriles y patrióticos, quizás hoy en día algo trasnochados, con un científico que sabe de todo para contárselo al espectador, donde mezclan uranio - entonces muy de moda - con misiles y dinosaurios, y una leve subtrama sobre si el científico ruso es de fiar - esa guerra fría tan presente - trufan una aventura en la que lo de menos son las interpretaciones, correctas, donde César Romero sorprende por su prestancia en pantalla.

En conjunto, un sencillo film de aventuras, sin demasiada complicaciones y que se deja ver sin resultar aburrido ni pedante.