Una de bichos que se comen a la gente, claramente influida por "Aliens, el regreso" rodada apenas un año antes, pero también aprovechando la base de todas las películas setenteras de terror con insectos variaditos.

Ambientada en un vetusto hospital y en esos sótanos de largos y oscuros corredores que tan buen juego dan en las películas modestas, la película mantiene la atención y aunque esté llena de tópicos -la parejita lasciva que acabará mal, los niños que lo lían todo, el romance entre los protagonistas, en científico más bien feo y el dueño que quiere ocultar el problema- tiene buen ritmo y se disfruta. Hay que agradecérselo a William Fruet, un buen artesano, que aprovecha, como nadie, las luces azuladas, el vapor, la oscuridad y los modestos animatrónicos. La película no pierde el tiempo en historias secundarias, al primer contagiado el bicho le muerde y apenas dos segundos después ya está medio muerto y camino al hospital. Directo al grano.

Muchas de las escenas nos recordarán a "Aliens" como ese laboratorio atómico con escaleras metálicas que recuerda a la Central donde la reina Alien se ocultaba, también tendremos babas, una reina insecto que no para de poner huevos, el fuego redentor y un bicho de caparazón negro que usa las pinzas de manera letal. No es el xenomorfo, pero debe ser su principal fan. Y tenemos como la némesis a un Steve Railsback recién salidito de enfrentarse con vampiros espaciales en "Lifeforce". De hecho, parece que siga siendo el mismo papel.

No es una joya, pero podría ser un pequeño clásico ochentero.

Por cierto, el título parece ser que tiene origen en uno de los niños en el sótano, que dice que van a encontrar un "mono azul". El título internacional "insect" es más frío pero más descriptivo.