Cuando se estrenó esta serie, y la película que la precedió, y si me apuras cuando el amigo Ivá escribía en "El Jueves" las andanzas del último "choriso", los personajes que la protagonizan y el mundo en el que viven estaban en las últimas ya, amenazados de extinción por la modernidad que llegaba de la mano de exposiciones universales, olimpiadas, pelotazos urbanísticos, domesticaciones mediáticas y otras hierbas. A pesar de eso, o precisamente por eso, la cariñosa crónica de los macarrillas de los barrios de la bulliciosa Barcelona preolímpica tuvo bastante éxito en todas sus encarnaciones: cómic, teatro, cine y serie.

De hecho la serie fue, en mi modesta opinión, el formato que mejor recogió el espíritu irreverente y escatológico del cómic original, en parte porque la duración más bien breve de los capítulos era la idónea para adaptar las historias ya cortas de por sí de la versión en papel. En parte por unos guiones llenos de un humor corrosivo y gamberro. Y en parte por el buen trabajo del reparto, sobre todo de un Pepe Rubianes que se metió en el papel con tanta naturalidad que convirtió el Maki que hacía Pajares en la película en una caricatura más bien tristona. Lo demás, pues eso, mala leche, decorados de peseta, una cancioncilla pegadiza, y una visión casi nostálgica de unos bajos fondos que ya no eran lo de antes.

Vista ahora (en la misma web de RTVE se puede), parece casi un tratado de arqueología: no solo porque el Chino ya no sea lo que era, sino porque en estos tiempos de blandenguería generalizada y corrección política sobredimensionada su humor puede resultar ofensivo a todos los niveles y su estética tosca podría hacer que más de uno saliese corriendo. A los que les ocurra esto, si alguno leyera estas líneas, solo podría decirles que se fueran "al peo". O a tomar "musho" por...