A veces veo alguna escena, tráiler o fragmento de cualquier película (también me pasa con canciones), y por motivos inexplicables se me queda grabado perpetuamente en la memoria. Con el tiempo, a veces mucho tiempo, busco esa película (o canción) que se me quedó grabada para verla. Me acuerdo como si fuera ayer cuando vi el anuncio de “First snow” por televisión. Apenas duraba unos pocos segundos y no se veía nada de nada, prácticamente lo mismo que se ve en la carátula de la película, el protagonista envuelto en la blancura de la nieve. Me acuerdo hasta de la voz que anunciaba la película (desde siempre he observado que las voces que anuncian los tráiler en televisión siguen unos patrones, como si a unos los eligieran para un tipo de películas palomiteras, a otro para cine independiente, a otro para animación, a otro para películas españolas patrocinadas por la cadena de turno, etcétera). La voz que anunciaba esta película no era habitual en lo que a anuncios de tráiler respecta, pero me indicaba que era un film de corte independiente, serio y que no tenía pretensiones de llegar al número uno en taquilla.

Estábamos en el año 2006, y vi la película el mes pasado más o menos. Una eternidad cinéfila después. No me esperaba una obra maestra, porque no lo es. No tenía expectativas desorbitadas, porque era consciente de sus limitaciones. Todo eso ya me lo había dicho el póster y “la voz”. Pero, al fin y al cabo, tenía una deuda pendiente con mi caprichosa memoria.

Uno de los aspectos que más me atraían de “First snow” es que la protagoniza el siempre solvente Guy Pearce, gran actor que hace una concienzuda elección de sus papeles. Me recuerda a Brad Pitt en el criterio para elegir papeles, y que ambos están a un nivel actoral similar. Por si fuera poco, aparece el también más que solvente JK Simmons, en el papel del adivino. La película tiene sus altibajos, arranca bien y con interés, después tiene un bache que recorre casi todo el nudo a trancas y barrancas, para terminar con un genial desenlace, el mejor posible para esta historia. No inclina la balanza ni hacia lo esotérico ni al simple engaño taimado del vidente, eso lo deja para interpretación libre del espectador, que puede creer que el destino está escrito para el protagonista o es él mismo, sugestionado, quien lo va escribiendo sobre la marcha.