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Voto de Maese Huvi:
4
5,1
3.532
Comedia
Peralejos, un tranquilo pueblo del Alto Aragón, es un lugar donde nunca pasa nada. Un día regresa al pueblo para pasar las vacaciones Angelino (Sacristán), un emigrante que conduce un magnífico Mercedes y cuenta maravillas sobre Alemania y sus mujeres. Pepe (Landa), fascinado por las historias de su amigo, decide emigrar también, pero su sueño empieza a las cinco de la mañana, limpiando cristales, y concluye a las doce de la noche pegando carteles. (FILMAFFINITY) [+]
2 de junio de 2008
45 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vente a Alemania, Pepe es uno de esos productos típicos del tardofranquismo que recoge el conflicto entre la sociedad tradicional española y la modernidad que empuja cada vez con más fuerza y a la que el propio franquismo ha de adaptarse, aunque esto llevase, paradójicamente, a su desaparición. Por supuesto hay un mirada conservadora (que es la oficial) que destaca los “peligros” y los problemas de esa modernidad, contraponiéndolos a las ventajas de la sencillez e inocencia de la vida tradicional y los valores del nacionalcatolicismo. La pretensión de la película no es desde luego deslizar una crítica, pero en ese conflicto se pueden hacer visibles algunas de las contradicciones que recorrían la sociedad española y que evidenciaban el conflicto entre la ideología del franquismo y la de necesidad de cambios para que lo fundamental (la salvaguarda del capitalismo) permaneciese.
Ese conflicto es el núcleo de la película, pero aparece (como no podría ser de otra forma) reducido a lo más anecdótico y banal. Su objetivo no es otro que minimizar el impacto de esa inevitable modernización, atenuándola, matizándola y llevándola allí donde el choque es meramente figurado y no puede ir más allá poniéndola en quiebra. Es un reflejo de la gran operación desarrollista de los tecnócratas que, al tiempo que impulsaban la transformación de la sociedad contenían, enmascaraban y contrarrestaban aquello potencialmente peligroso para el Estado franquista y para el futuro del orden socio-político que podía surgir de ese choque. No es casualidad que el destape surja en estos años. Un par de tetas no escandalizan a nadie más que a cuatro beatas y a los curas, pero la reflexión crítica sobre la sexualidad puede trastocar muchas cosas especialmente en una sociedad tan inestable como la española de aquella época. Era preciso contrarrestar ese peligro con algo banal pero aparentemente rupturista como fue ver por primera vez en una pantalla de cine unos muslos o una teta de una actriz española.
El tema central de la película es la emigración de españolitos a Europa. Yendo más allá de lo evidente, del humor fácil y tópico y de las pretensiones del director y del guionista se pueden comprender algunos de los factores conflictivos que intervenían en ella y contrastarlos con el momento actual en el que hemos pasado de ser los “hermanos pobres” a formar parte de la elite de países ricos y recoger la inmigración de otros países. Hay que destacar el choque entre la visión que todos los inmigrantes tienen de la sociedad de acogida antes de emprender su odisea y la realidad que les espera. Esta visión distorsionada es favorecida por aquellos que regresan y que cuentan las supuestas maravillas del mundo al que huyeron para esconder la miseria en la que viven, su frustración y su soledad. Aunque todo esto se reduce en la película a la mera morriña de España, de sus embutidos y de su vino.
Ese conflicto es el núcleo de la película, pero aparece (como no podría ser de otra forma) reducido a lo más anecdótico y banal. Su objetivo no es otro que minimizar el impacto de esa inevitable modernización, atenuándola, matizándola y llevándola allí donde el choque es meramente figurado y no puede ir más allá poniéndola en quiebra. Es un reflejo de la gran operación desarrollista de los tecnócratas que, al tiempo que impulsaban la transformación de la sociedad contenían, enmascaraban y contrarrestaban aquello potencialmente peligroso para el Estado franquista y para el futuro del orden socio-político que podía surgir de ese choque. No es casualidad que el destape surja en estos años. Un par de tetas no escandalizan a nadie más que a cuatro beatas y a los curas, pero la reflexión crítica sobre la sexualidad puede trastocar muchas cosas especialmente en una sociedad tan inestable como la española de aquella época. Era preciso contrarrestar ese peligro con algo banal pero aparentemente rupturista como fue ver por primera vez en una pantalla de cine unos muslos o una teta de una actriz española.
El tema central de la película es la emigración de españolitos a Europa. Yendo más allá de lo evidente, del humor fácil y tópico y de las pretensiones del director y del guionista se pueden comprender algunos de los factores conflictivos que intervenían en ella y contrastarlos con el momento actual en el que hemos pasado de ser los “hermanos pobres” a formar parte de la elite de países ricos y recoger la inmigración de otros países. Hay que destacar el choque entre la visión que todos los inmigrantes tienen de la sociedad de acogida antes de emprender su odisea y la realidad que les espera. Esta visión distorsionada es favorecida por aquellos que regresan y que cuentan las supuestas maravillas del mundo al que huyeron para esconder la miseria en la que viven, su frustración y su soledad. Aunque todo esto se reduce en la película a la mera morriña de España, de sus embutidos y de su vino.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La admiración que le profesan al emigrado José Sacristán sus convecinos al regresar al pueblo es un bálsamo frente a las penurias que pasa cada día en Alemania. Evidentemente, la pretensión es exaltar la España franquista y mostrar cómo, a pesar de algunos pequeños defectos que hay que limar, es indudablemente mejor que lo que hay fuera. Se desliza la idea de necesidad de cambios al tiempo que se mantienen las esencias de la España carpetovetónica. La emigración es necesaria por motivos económicos, así como la adaptación a la economía mundial, pero han de preservarse los valores propios de la nación. El sueño de la pareja interpretada por los Guillén Cuervo, ahorrar para volver a España y montar una gasolinera, es el sueño del franquismo, es el único sueño permitido: el de la prosperidad económica y el no pensar en nada más.
La falsedad de un mito se hace evidente viendo esta película. Ese mito que tanto gusta a nuestros representantes políticos (y a mucho desertor del arao) y que afirma que los españoles, a diferencia de los inmigrantes que hoy vienen aquí, iban todos con papeles en regla y con un puesto de trabajo seguro. Alfredo Landa no sólo no va con sus papeles en regla sino que acude a un compatriota que se encarga de arreglar la situación de los ilegales y de darles trabajo. Pero, por supuesto, esto no puede ser dicho crudamente. Hay que salvarle el culo al franquismo. El protagonista simplemente se ha olvidado los papeles (es que los españoles somos así) porque se ha marchado impulsivamente sin tener en cuenta que hay que pasar por unos trámites burocráticos. La realidad que refleja la película aunque oculta tras un cortinaje, es la de la miseria y la de explotación de mano de obra barata, la misma que sufren aquellos que hoy vienen aquí en busca de un sueño que además es más falso que un duro de tres pesetas.
Otro aspecto muy interesante de la película es la figura del exiliado. En un momento de conflicto en el que cada vez es más difícil acallar las voces críticas la aparición y tratamiento de este personaje en una película no es casual. Ferrandis interpreta a un exiliado nostálgico de España, que la critica pero que en el fondo la ama y la añora. Es un gesto hacia aquellos que se fueron por razones políticas y a los que se trata de atraer de nuevo para refundar la España moderna. Es el reflejo, aunque muy sutil y, desde luego, no consciente de los pactos que habrían de venir y que acabarían por conformar la España democrática en la que los posfranquistas y los “desafectos” del régimen se daban la mano para caminar juntos hacia un porvenir que se presentaba como nuevo pero que no era sino la adaptación a unos tiempos nuevos en los que el franquismo era un anacronismo, un lastre para lo realmente importante: el desarrollo económico. Es la llamada a la reconciliación nacional, reconciliación fundada, por supuesto, en el reconocimiento del capitalismo como única realidad posible y en el amor a la patria.
La falsedad de un mito se hace evidente viendo esta película. Ese mito que tanto gusta a nuestros representantes políticos (y a mucho desertor del arao) y que afirma que los españoles, a diferencia de los inmigrantes que hoy vienen aquí, iban todos con papeles en regla y con un puesto de trabajo seguro. Alfredo Landa no sólo no va con sus papeles en regla sino que acude a un compatriota que se encarga de arreglar la situación de los ilegales y de darles trabajo. Pero, por supuesto, esto no puede ser dicho crudamente. Hay que salvarle el culo al franquismo. El protagonista simplemente se ha olvidado los papeles (es que los españoles somos así) porque se ha marchado impulsivamente sin tener en cuenta que hay que pasar por unos trámites burocráticos. La realidad que refleja la película aunque oculta tras un cortinaje, es la de la miseria y la de explotación de mano de obra barata, la misma que sufren aquellos que hoy vienen aquí en busca de un sueño que además es más falso que un duro de tres pesetas.
Otro aspecto muy interesante de la película es la figura del exiliado. En un momento de conflicto en el que cada vez es más difícil acallar las voces críticas la aparición y tratamiento de este personaje en una película no es casual. Ferrandis interpreta a un exiliado nostálgico de España, que la critica pero que en el fondo la ama y la añora. Es un gesto hacia aquellos que se fueron por razones políticas y a los que se trata de atraer de nuevo para refundar la España moderna. Es el reflejo, aunque muy sutil y, desde luego, no consciente de los pactos que habrían de venir y que acabarían por conformar la España democrática en la que los posfranquistas y los “desafectos” del régimen se daban la mano para caminar juntos hacia un porvenir que se presentaba como nuevo pero que no era sino la adaptación a unos tiempos nuevos en los que el franquismo era un anacronismo, un lastre para lo realmente importante: el desarrollo económico. Es la llamada a la reconciliación nacional, reconciliación fundada, por supuesto, en el reconocimiento del capitalismo como única realidad posible y en el amor a la patria.