Es una pena que un director como Anthony Minghella haya fallecido sin dar mucho más de sí, y más aún que su obra póstuma sea un telefilm bastante chorras que, pese a contar con una premisa potente, no ha sido bien llevada a la pantalla por culpa de múltiples factores. La dirección no es mala, eso está claro. Las pegas están más bien en el guión, basado en una novela homónima en la que se nos narra cómo una mujer decide hacerse detective privada en Bostwana tras la muerte de su padre.

Una premisa que, como decía, es bastante curiosa a priori pero que acaba siendo floja en su puesta en escena, yendo todo demasiado rápido y no dando demasiado lugar a la intriga habitual de las películas del género. Es más, nos encontramos ante más bien una comedia, con una resolución facilona y más habitual de un episodio de los Osos Amorosos que de una cinta de detectives, algo que no molesta del todo a pesar de que si se le echa en falta algo más de seriedad y, sobretodo, riesgo. Los personajes son correctos, eso sí, y están aceptablemente interpretados. Pero de donde no hay, no se puede sacar. Y esta historia, que además está demasiado alargada, requería un tratamiento radicalmente diferente para funcionar en pantalla. Así, se queda en un fin correcto, un pasa-ratos que no hace daño pero que se aleja, y mucho, de las expectativas creadas a tenor de su director.