Yo a esto jugaba en las maquinitas de debajo del bar de mi casa: cogía a un tipo con el pelo de punta y empezaba a pegarme con yonkis, hippies, gordos con barba que se lanzaban en plancha, ¡e incluso dinosaurios!; sí, adoraba Cadillacs 'n Dinosaurs. Qué tiempos, ¿eh? Para los más nostálgicos de los videojuegos estos de avanzar y pegar hostias a todos los que se ponían delante (Double Dragon, Final Fight...) parece estar hecha esta tontería de Nick Love que nos muestra a un grupo de cinco personas que, hartas de la ley, de la corrupción del cuerpo de policía, etcétera, deciden formar una pandilla de chungos de barrio y ajustarle las tuercas a los que les negaron un helado cuando eran críos. O algo así.

Sean Bean encabeza un reparto formado por caras desconocidas -y seguramente no den el salto aquí-, a excepción de Bob Hoskins, que no estaba tan perdido desde que firmó para protagonizar Super Mario Bros. Las interpretaciones son, pese a las muecas que ponen los actores, bastante tristonas y simples, muy de patio de colegio, en plan "a ver quien pone la cara más Clint Eastwood" (sí, eso exactamente). Y el guión... ¿guión?... ""guión"" no es mucho mejor. Todos están jodidos por equis motivos y todos hacen piña a la hora de repartir candela al personal: policías, mafiosos, etc. El desenlace es malísimo, pero bueno, la película es tan flipada que pasa de ser mala a ser absurda y, por tanto, gana enteros ver como Sean Bean sobreactúa (¡Qué raro!), cómo Hoskins juega a ser infiltrado, etcétera etcétera. Es un telefilme cutre del sábado, pero eh: entretiene. Y mucho. Hay 1000 cosas mejores, pero esta en el fondo no está tan, tan mal.