"El décimo hombre" es un gran ejemplo de cómo puede contarse una historia sencilla, a la par que atractiva, sin los excesos característicos del tipo de películas que suelen tratar esta temática. Holocausto, nazismo, II Guerra Mundial... ingredientes de megaproducciones como "La lista de Schindler" en Hollywood, o producciones europeas del calado de "El último tren a Auschwitz". Cuando se suele decir que a veces "menos es más", es porque existen producciones como ésta del poco reconocido Jack Gold, una película hecha directamente para televisión bajo la etiqueta de la Hallmark Hall of Fame, una "serie" que recopila un montón de telefilms de calidad variable pero, a juzgar por lo presente, bastante potables.

Puede que también sea culpa de su extraño y ajustado reparto, eso sí. Anthony Hopkins interpreta a un millonario que sin comerlo ni beberlo es enviado a una prisión, junto a un montón de gente de un pueblo. Allí, encerrado en una celda con varios hombres, es informado por un alemán de que, entre ellos (30 en total) deben elegir a tres hombres (uno de cada diez) que serán ejecutados a la mañana siguiente. Entre todos llegan a un acuerdo: hacer un sorteo mediante papeletas, para que haya igualdad de condiciones. Total, que el personaje de Hopkins tiene suficiente mala suerte como para que a él le toque una. Y decide, en un intento desesperado por salvar su vida, ofrecer toda su fortuna a quien la quiera a cambio de la salvación de su vida.

La historia tiene fuerza, cierta garra, especialmente en este primer tramo. Después del susodicho fusilamiento -del que, evidentemente, Hopkins sale airoso-, comienza la verdadera trama del film: la aceptación, el encontrarse a uno mismo y enfrentarse a los demonios, una relación entre una persona llena de odio y otra que sólo busca una oportunidad. El final "El décimo hombre" no es ninguna joya pero proporciona suficientes momentos interesantes como para no caer en saco roto. Técnicamente correcta, sin alardes, pero con suficiente sobriedad como para que esta historia pueda se transmitida con garra por Hopkins, la gran Kristin Scott Thomas y un más que notable Derek Jacobi. Un film que, sin ser una obra maestra, merece claramente la pena aún a pesar de su modesto origen.