El hijo del director de Rambo debuta en el largometraje con un mazazo directo a la cara del espectador que no entiende de límites ni de formalismos. Como un viaje de LSD en el que no está asegurada la vuelta, "Beyond the Black Rainbow" pasa por ser otra de esas películas de sensaciones y experiencias que suelen polarizar al público. Pasó hace un par de años con "Amer" de Hélène Cattet y Bruno Forzani y ahora sucederá con esta. Tanto es así que su director, no sé si en coña o en serio, admitía llevar fantásticamente el hecho de que los espectadores abandonasen la sala antes de acabar el film.

"Beyond the Black Rainbow" guarda más paralelismos con "Amer al margen de haber sido proyectada en Sitges y de ser una película sensitiva, pues si aquella deconstruía el giallo para crear un homenaje a sus códigos libre de imposiciones, aquí lo que encontramos es una recuperación de un tipo de cine surgido en los setenta en Canadá (y que englobaría las primeras obras de, entre otros, Cronenberg) pero trasladada a la actualidad, respetando códigos visuales (fotografía quemada, con grano y algunos retoques para hacer que la imagen parezca 'vieja, etc.), sonoros (la banda sonora es excepcional) y creando unos nuevos para la narración. Que aquí, honestamente, es poco importante porque la forma devora al fondo aunque sea éste interesante de explorar. Mi único problema (y es ligero) con "Beyond the Black Rainbow" es que no sabe cuando terminar y su última parte me parece bastante desafortunada, no por si misma sino como complemento a todo lo que había sido el filme hasta ese momento*. Pese a todo es una de esas película que hay que ver más de una vez, aunque la que cuenta es la primera.