Hacía tiempo que no veía una película tan mala, que pareciera que hubiese sido hecho como simple producto publicitario, como quien produce películas en una factoría. Cuenta la historia de dos mujeres florero que, para más inri, son novatas en lo de ser madres.

La mayoría de los guionistas de esta época cometían el error de mostrar el cine desde una única perspectiva capitalina. ¿Cómo era la vida en los demás lugares del reino? ¿Y esa manipulación de los acentos hasta extinguirlos, más allá de las películas sobre tonadilleras?

Aquí, la ignominia llega a su máximo esplendor, haciéndonos creer estos eruditos guionistas que los millones de españoles de la época vivían en esa rutinaria vida de clase media con piso amueblado y criada, que entraba y salía por la puerta de servicio, amantes, cabarets, y cornamentas varias. Quizá por eso tuvo tanto éxito el cine de Martínez Soria, porque era entonces cuando los guionistas se bajaban al barro y contaban lo cotidiano, en lo que la gente se veía reflejada, y ha quedado una bonita muestra documental de lo que era la vida de aquellos tiempos.