Con un guion poco menos que inexistente, un argumento aburridísimo (su monotonía y desprecio por la intriga es alarmante), un ritmo narrativo sin progresión, un sentido cinematográfico (o televisivo) muy mermado, una dirección simplona, unos personajes calcados a los de otros productos de la misma índole, con su endeble credibilidad y su acartonada psicología, se nos ofrece este blando thriller desarrollado en recintos muy comunes a los de este tipo de telefilms americanos (en este caso, y durante la mayor parte del metraje, el ya manido gimnasio y la ya trillada galería de arte) sobre un psicópata entrenador posesivo que intentará hacer imposible la vida sentimental de la protagonista a causa de un trauma de juventud. Todo ello aderezado con unas más bien desangeladas interpretaciones y algún diálogo de pretendida y no conseguida gracia.

Como puede comprenderse, con estos componentes nada bueno se puede esperar. Solo falta absoluta de sorpresa, tedio, incapacidad de encontrar un mínimo interés a la trama y la fútil esperanza de que el desenlace adquiriese –eso parecía sugerirse durante unos minutos– la buena dosis de suspense e inquietud que el género thriller demanda. Pero nada; el raso planteamiento argumental que cubría toda la película llega, sin concesiones, hasta su mismo final.