Social, biológica y psicológicamente es absolutamente imposible que pueda darse esta historia y, menos, a finales del Siglo XX. Nadie podrá creerla (a menos, claro está, que uno crea en el celibato de los sacerdotes y de las monjas) como tampoco nadie podría vivir 50 años en esa farsa, pero... ¡¡¡qué bien actuada que está!!!

Una (o dos) vidas transcurridas en la mentira diaria y en las oscuridades de corazones vacíos son presentadas por interpretaciones antológicas tanto de Robin Williams como de la veterana Kathy Baker. El trabajo de estos artistas te clavan una espina en el espíritu y te dejan noqueado, tal es la fuerza interpretativa que el muy poco creíble nudo de la trama se pasa por alto y —casi— se puede aceptar el mensaje de que nunca es tarde para cambiar la pisada.

Esta fue la última película rodada por Williams antes de que en su vida real él decidiera darle al filme un final que el director no se atrevió. Por los trabajos actorales vale la pena pagar una entrada y ver este filme.