El estudio responsable de Wallace & Gromit nos sorprende con un navideño mediometraje encantador sobre un pájaro con el deseo de ser ratón que supera (en mi opinión) las últimas cintas que han estrenado durante la década pasada. Y es que a pesar de que el terreno que pisaban ya era firme (su fórmula clásica siempre gana) al ver Robin Robin me di cuenta de que quizá sí le venía bien a sus trabajos una brisa de aire fresco. Es cierto que la técnica usada sigue siendo stop-motion pero en esta ocasión han optado por diferenciarse estilísticamente de toda su carrera anterior, y el experimento ha sido un éxito. Aquí ya no vemos esas bocas ensanchadas, esos modelos de plastilina, ni todo el resto de idiosincrasias. Lo que se mantiene es la calidad y el mimo; todo bajo un acabado visual muy original que en ocasiones recuerda más a "The Fantastic Mr. Fox" que a cualquier otro trabajo de Aardam.

Bien, dando por zanjado lo visual (que es excelente), a nivel narrativo no se queda nada atrás. Con 30 justos minutos te da la sensación de ver un filme de animación sin relleno, con lo esencial. Los personajes (ojo a esa gata sibilina y su diseño) son simpáticos, y sirven a una historia con valores como la identidad, la pertenencia o incluso el materialismo que, a pesar de no revolucionar nada, cumplen con el noble trabajo de enseñar al público infantil (y no tan infantil) conceptos muy útiles.

Pero lo que convierte esta obra en algo memorable no es tanto lo que se cuenta, que ya es bueno, sino cómo se cuenta. Y el cómo (más allá de la excelencia estética ya citada) es a través de un ritmo dinámico, una banda sonora de cuento de hadas y un espíritu honesto y agradable que se capta en cada minuto de su metraje.

En fin, tanto si eres fanático de la animación, cuentos navideños, o simplemente buen cine, has de ver "Robin Robin".

Espero que disfrutes tanto como yo.