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Voto de antonalva:
8
21 de octubre de 2014
43 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gozosa muestra de humor atroz, bestia y sin concesiones, bordeando el esperpento y la caricatura más descarnada, sin por ello dejar de conseguir que nos veamos retratados en esos momentos indignos y callados en que deseamos perder los papeles pero nos refrenamos por una socialización confusa y tácita que nos embrida y apacigua, muy a nuestro pesar. ¿Qué pasaría si diéramos un paso hacia el abismo y nos saltásemos la melena y llegásemos hasta el final de nuestro impulso visceral y caótico, anegado de primitivismo atávico y ansias de venganza y destrozos? Es la locura del exceso sin remordimientos ni remilgos, sin mala conciencia ni concesiones. Es la guerra cotidiana que renunciamos a batallar por pura desidia, flojera o moralina marchita.
Cada uno de los seis episodios es excelente – y si bien había el riesgo de resultar algo discontinuo, fragmentario o deslavazado – el conjunto ofrece un delicioso y brutal mosaico indeleble de la violencia latente en la sociedad. Y es una brutalidad atemperada – pero no domesticada – por el humor, que revela y desmenuza el lado grotesco, bronco, simiesco y salvaje de nuestra idílica burguesía. Todos hemos sentido el indómito y liberador impulso de dar un golpe en la mesa, pegar un alarido, confrontar a los burócratas impasibles, enfrentarnos a los que nos afrentan, vengarnos de las infidelidades y de las humillaciones, aplicar la ley del talión, desquitarnos de tanta sonrisa domesticada y de tanta aquiescencia sumisa. Hemos sentido el ardor belicoso y marcial encharcando nuestro estómago, el regusto de la vendetta explotándonos en la boca, la furia asesina de exabruptos y groserías aprisionándonos como una camisa de fuerza.
Se ve con turbia satisfacción y culposa complicidad: queremos ríos de sangre, dispensadores de tortura y muerte, queremos vindicarnos por tantas afrentas y despechos soportados en dócil silencio, queremos resarcirnos de tanto inmovilismo servicial y pacato, queremos la revancha definitiva y sumaria. Tantas veces soñada como pospuesta, tantas veces deseada como rehuida. Ahí radica la potencia y el logro de esta maravillosa cinta: nos hace cómplices regocijados de nuestros instintos más sádicos, de nuestros impulsos más rastreros y deleznables. Dichoso aquelarre, hecatombe de la anodina corrección política, masacre de los buenos propósitos y de las exangües palabras de consuelo, derrumbe del espurio castillo de naipes de las tramposas convenciones sociales.
Quizás no sea una cinta para fariseos, hipócritas o mojigatos. Pero es un prodigio de mala baba y buen cine. Muy recomendable.
Cada uno de los seis episodios es excelente – y si bien había el riesgo de resultar algo discontinuo, fragmentario o deslavazado – el conjunto ofrece un delicioso y brutal mosaico indeleble de la violencia latente en la sociedad. Y es una brutalidad atemperada – pero no domesticada – por el humor, que revela y desmenuza el lado grotesco, bronco, simiesco y salvaje de nuestra idílica burguesía. Todos hemos sentido el indómito y liberador impulso de dar un golpe en la mesa, pegar un alarido, confrontar a los burócratas impasibles, enfrentarnos a los que nos afrentan, vengarnos de las infidelidades y de las humillaciones, aplicar la ley del talión, desquitarnos de tanta sonrisa domesticada y de tanta aquiescencia sumisa. Hemos sentido el ardor belicoso y marcial encharcando nuestro estómago, el regusto de la vendetta explotándonos en la boca, la furia asesina de exabruptos y groserías aprisionándonos como una camisa de fuerza.
Se ve con turbia satisfacción y culposa complicidad: queremos ríos de sangre, dispensadores de tortura y muerte, queremos vindicarnos por tantas afrentas y despechos soportados en dócil silencio, queremos resarcirnos de tanto inmovilismo servicial y pacato, queremos la revancha definitiva y sumaria. Tantas veces soñada como pospuesta, tantas veces deseada como rehuida. Ahí radica la potencia y el logro de esta maravillosa cinta: nos hace cómplices regocijados de nuestros instintos más sádicos, de nuestros impulsos más rastreros y deleznables. Dichoso aquelarre, hecatombe de la anodina corrección política, masacre de los buenos propósitos y de las exangües palabras de consuelo, derrumbe del espurio castillo de naipes de las tramposas convenciones sociales.
Quizás no sea una cinta para fariseos, hipócritas o mojigatos. Pero es un prodigio de mala baba y buen cine. Muy recomendable.