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Voto de antonalva:
5
Drama París, agosto 1944. El cónsul sueco Raoul Nordling (Dussollier) irrumpe en el hotel Meurice para hablar con Dietrich von Choltitz (Arestrup), gobernador militar alemán de París durante los últimos días del dominio alemán en la capital francesa. La misión del cónsul consiste en convencer al general para que no ejecute la orden de activar los explosivos que harían volar los principales monumentos de la capital francesa: el Louvre, ... [+]
24 de noviembre de 2014
25 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
El panteón de los proyectos bienintencionados, pulcros, correctos y atildados pero facundos y fallidos es incontable y abigarrado. Como prolija es la conversación entre sus dos casi únicos personajes: mera palabrería, embauco, embeleso, galimatías y tedio. No es tanto que se note que estamos ante la adaptación de una obra de teatro – que también – sino que asistimos a una argucia dialéctica que apenas alcanza que sigamos con indiferencia el ajedrez polemista de sus títeres exangües. No hay emoción, ni tensión, ni conflicto, ni casi polémica, tan solo un artificio hinchado y dilatado que bordea el hastío más absoluto.

Que la guerra es un horror lo sabemos todo, que inmersos en el sinsentido de una debacle inminente cualquier matanza es una empresa estéril y bárbara que borra aún más la poca humanidad que queda a sus responsables, que todo esfuerzo por cumplir órdenes a sabiendas de su iniquidad y vesania es un disparate de difícil justificación… Éste es el tema central de la cinta paneuropea que comentamos. Es decir, ¿para qué tanto esfuerzo y tanto empeño en mostrarnos lo que no sólo sabemos y en lo que (espero) estemos todos de acuerdo? Cuando conocemos el desenlace de antemano y todo se reduce a contemplar a unos versados actores haciendo alarde de su talento retórico, ¿qué sentido tiene todo?

Además me produce malestar que se ponga en primer plano la locura que supone destruir una ciudad (por hermosa, emblemática y simbólica que sea) y se deje en un segundo plano a las personas, como si fueran meros figurines intranscendentes y del todo prescindibles. Se pone el foco sobre la ciudad como si la insensatez de su destrucción tuviera más importancia que la supervivencia y rescate de las personas que la habitan. Este error de tiro hunde por completo la implicación del espectador, que asiste perplejo a unas discusiones que parecen soslayar lo más importante: los seres humanos y su destino.

Y para colmo de males hay otro detalle que pasa casi desapercibido: la cinta parece justificar que para alcanzar el objetivo propuesto (sea cual sea éste) está permitido mentir, engañar, embaucar, falsificar y confundir con tal de salirse con la suya. Peligrosa y nada inocente conclusión. Tergiversar la realidad a nuestra conveniencia sólo sirve para exonerar los afanes más funestos. Sus buenas y loables intenciones desembocan en la entronización del embuste más fraudulento. En definitiva, una película – muy a mi pesar – fallida.
antonalva
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